Un espectacular cielo nocturno, cubierto por un manto de estrellas, apareció ante ellos cuando el rehén que habían tomado hizo correr por sus raíles la puerta del hangar.

    No obstante, no pudieron disfrutar de su belleza por mucho tiempo... El inconfundible ruido de un disparo resonó repentinamente en el vacío del aeródromo, con la acústica de una catedral.

    Todos, por acto reflejo, se protegieron la cabeza con los brazos y echaron cuerpo a tierra. Ana chilló con todas sus fuerzas.

    El individuo al que habían desarmado aprovechó la ocasión para poner pies en polvorosa y escapar al exterior. Se escuchó una segunda detonación dentro del recinto y Julián, a voz en cuello, les señaló una pila de altos barriles de metal:

    - ¡ESCONDEOS AHÍ DETRÁS!

    El grupo al completo corrió hacia la improvisada barricada, mientras las balas les sobrevolaban como en un campo de batalla; y se ocultaron tras ella cual soldados en una trinchera.

    Julián apoyó la espalda de un cada vez más consciente Toby contra uno de los barriles, y escudriñó a través de la ranura que le separaba del siguiente: eran cuatro hombres, armados y vestidos con el mismo atuendo de camuflaje que Dick.

    Este último, homenajeando sus prácticas de tiro del servicio militar, se colocó en posición y, con precisión de francotirador, disparó a su vez al bando enemigo; obligándoles a ponerse a cubierto también.

    Un silencio ensordecedor zumbó en sus oídos cuando el fuego cruzado, durante un momento de tregua, cesó. Julián, Dick y Jorge jadeaban por la carrera; Toby, desaparecido el efecto de la morfina, gemía; Ana sollozaba y el Profesor Dupain musitaba una letanía en francés, que sonaba muy similar al Padrenuestro. Tím, aterrorizado por el ruido, tenía las orejas gachas, el rabo entre las piernas y gimoteaba como un cachorro.

    - Deberíamos entregarnos – musitó Jorge, que abrazaba fuertemente al viejo perro -. Si intentamos escapar nos acribillarán a tiros.

    - Lo harán de todos modos – sentenció Dick con crudeza: Ana redobló su llanto y Julián la rodeó con sus brazos, lanzándole una mirada asesina por su falta de tacto -. No, tenemos que intentar salir de aquí como sea. Es nuestra única oportunidad.

    - ¿Qué propones? - le preguntó Jorge, viendo que se frotaba la barbilla, en actitud cavilante.

    - Tuve tiempo de comprobar una de las aeronaves, antes de que ese tipo nos descubriese – dijo Dick -. Un Havilland DH.98 Mosquito, un bombardero ligero. Está en buen estado y con el depósito lleno. Estoy bastante seguro de poder pilotarlo.

    - ¿Cabríamos todos? - dudó Jorge.

    - Tendríais que ir en la bodega – reconoció Dick -. Sólo tiene dos tripulantes.

    - ¿Y cómo piensas llegar hasta él sin que te frían a balazos? - se interesó Julián, mordaz.

    - Jorge y tú me cubriréis – fue la respuesta de Dick, y tendió el arma que portaba a su prima.

    - ¿QUÉ? - dejó escapar Jorge, espantada, y se alejó todo lo que pudo del artefacto -. ¡Yo… yo no podría! ¡No sé disparar!

    - Es sencillo, mira – replicó Dick con calma, y le enseñó cómo funcionaba.

    De pronto, un nuevo e inesperado disparo quebró la quietud, acabando con el alto el fuego: la bala se incrustó en uno de los barriles que les protegían, asustándoles hasta casi perder el juicio.

    - ¡SALID DE AHÍ YA! - tronó una voz desde el otro lado -. ¡O seguiremos disparando hasta reventar esos barriles de combustible y hacerlos saltar por los aires!

    Julián se sintió horrorizado: esos hombres parecían bien capaces de cumplir su amenaza. En efecto, si seguían disparando acabarían haciendo explotar los barriles, rebosantes de contenido altamente inflamable. Miró a su hermano y, tragando saliva, asintió con la cabeza.

    Julián, con el fusil de asalto, y una temblorosa Jorge, con la pistola, se prepararon. Dick inspiró profundamente, les mostró su mano haciendo una cuenta atrás con los dedos… y echó a correr por su vida. Literalmente.

    Sus enemigos, que ni por asomo se habían esperado aquella acción kamikaze, tardaron un instante en reaccionar, lo que jugó en su favor: cuando se reanudó el fuego cruzado Dick había ya casi llegado al Havilland. Se tiró en plancha bajo el tren de aterrizaje, esquivando las balas por muy poco.

    Ana, necesitando cerciorarse de que su hermano había alcanzado la nave sano y salvo, asomó la cabeza por encima de un barril.

    - ¡ANA, AGÁCHATE!

    Julián gritó y la apartó de un violento tirón: el proyectil, silbando por el espacio donde segundos antes había estado la cabeza de su hermana, se estampó contra la pared formando un pequeño cráter.

    Otro tiro perforó uno de los barriles y el carburante empezó a derramarse por el suelo a borbotones. Julián, al punto, instó a sus compañeros a abandonar el parapeto:

    - ¡Corred a la avioneta! ¡Vamos, CORRED!

    Dick, entretanto, había conseguido subir a bordo del bombardero y estaba, frenéticamente, encendiendo todos los botones. Ocupó el asiento del piloto y arrancó motores: el sonido alertó a los hombres, que dirigieron nuevamente su atención hacia él. Afortunadamente se trataba de una máquina de guerra, fabricada precisamente con material antibalas.

    Sus compañeros sacaron provecho de la distracción y corrieron hacia el aparato, con Julián y Jorge en primera línea de fuego, defendiéndolos. El Profesor Dupain y Ana ayudaban a Toby, que iba todo lo aprisa que podía, arrastrando la pierna herida.

    Súbitamente, ocurrió lo que Julián había estado temiendo: los barriles estallaron en llamas.

    Los cuatro hombres, que habían salido también de su trinchera, corrían tras ellos cuando se provocó la pequeña explosión: la honda expansiva les hizo elevarse por el aire y caer varios metros atrás, inconscientes.

    Dick ya estaba haciendo rodar el Havilland fuera del hangar, pues no podía permitirse esperar más: Julián ayudó primero a Ana y después al Profesor Dupain a subirse en marcha por la bodega. Luego aupó a Toby, que fue ayudado a entrar por los dos anteriores.

    - ¡Es tu turno, Jorge! - gritó a su prima para hacerse oír por encima de los motores.

    Entre ambos levantaron a Tím del suelo, que de un salto se metió dentro. Jorge, con gran agilidad, le siguió por sí sola. Sólo quedaba Julián.

    Jorge, con el cabello revuelto por el viento originado por las hélices, le ofreció su mano y él la aceptó, listo para darse impulso… cuando notó como una mano se cerraba en torno a su tobillo como un grillete.

    Julián ahogó un grito y arrastró sin querer a Jorge consigo, que casi se cae por la borda de no ser por el Profesor Dupain, que la agarró justo a tiempo.

    Uno de los cuatro individuos, a pesar de estar malherido, les había alcanzado y retenía a Julián con fuerza férrea.

    - ¡Aguanta, Ju! ¡No te sueltes! - le imploró Jorge.

    Dick, entonces, descubriendo la comprometida situación de su hermano, ideó una osada estrategia: comenzó a hacer subir la avioneta hacia el cielo, confiando en que la fuerza de la gravedad haría el resto.

    Sin embargo, aquel hombre estaba agarrado a Julián como una lapa, y cuando éste sintió como su cuerpo se elevaba en el aire, el primero lo hizo con él. Julián pateó para quitárselo de encima, sin éxito. El individuo escaló por sus piernas y su tronco sin que pudiera evitarlo hasta encararse con él… y le pegó un puñetazo.

    Julián, agarrado ahora con ambas manos a los brazos de Jorge, a quien a su vez el Profesor Dupain mantenía sujeta por la cintura; aflojó sus manos por el golpe, que resbalaron por los brazos de su prima.

    Dick escoró a propósito la nave, pillando desprevenido al hombre, que también resbaló hasta los tobillos de Julián y él le pisó los dedos de una mano con su pie contrario. El tipo abrió la mano magullada con un chillido… y al hacerlo, perdió el equilibrio, cayendo como una bomba sobre la laguna de Billycock Hill.

    Dick estabilizó de nuevo el aeroplano en tanto que Julián, por fin, se impulsaba dentro de la bodega con la inestimable ayuda de Jorge y el Profesor Dupain: cayó al suelo, definitivamente exhausto.

    Entonces, sin apenas creerse que hubieran salido vivos de tamaña aventura, todos ellos – Dick, a los mandos del aparato; Julián, tendido sobre el piso y tratando de recuperar el aliento; Jorge y el Profesor Dupain, cerrando la compuerta; y Ana, acurrucada en un rincón y con la cabeza de Toby apoyada en su regazo – prorrumpieron al unísono en un salvaje grito de júbilo.

     - ¡LO CONSEGUIMOS! - proclamó Dick, y a continuación aulló como un lobo a la luna.

    Julián, incapaz de moverse y aún jadeante, sonreía risueñamente; mientras que Jorge y el científico francés se abrazaban el uno al otro.

    - Merci, mon Dieu! Merci beaucoup! - le agradeció al Cielo.

    Tím, en el colmo de la excitación, daba vueltas sobre sí mismo como si persiguiese su propia cola, ladrando sin control; Ana, reía y sollozaba al mismo tiempo; y Toby, con sus ojos cerrados, se abandonaba a un sueño reparador.

     Julián, cuando recobró el resuello, se puso en pie y caminó tambaleante hasta el asiento del copiloto, donde se dejó caer como un peso muerto.

    - ¿Qué rumbo lleva, Comandante? - preguntó a Dick.

    - Hacia Londres – respondió él, sonriente.



Comentarios
* No se publicará la dirección de correo electrónico en el sitio web.
ESTE SITIO FUE CONSTRUIDO USANDO