Es sorprendente cuántas cosas pueden suceder en el tiempo que tarda la Tierra en dar una vuelta completa al Sol.

    Hacía exactamente un año que Los Cinco, rodeados de su familia y amigos, habían celebrado la unión de Dick y Jo en el jardín de la tía Fanny. Ahora, una vez más, se encontraban allí reunidos para, en esta ocasión, festejar su primer aniversario como marido y mujer.

    En el transcurso del último mes, contra todo pronóstico, Terrence y Mary Barnard habían vuelto a acoger a sus tres hijos bajo su techo: todos y cada uno de ellos había renunciado a sus respectivos empleos, por distintas razones.

    Julián había abandonado la pensión Melita House, para gran consternación de la Sra Brown y del resto de huéspedes, que le tenían en muy alta estima. Asimismo, había dejado su trabajo como abogado en el bufete Evans & Baker. Sin embargo, no había tardado en recibir una inesperada oferta de empleo… en la mismísima Scotland Yard. Iniciando así una nueva y muy prometedora carrera en el Cuerpo de Policía. Además, no sólo se encontraba muy ocupado con su reciente cargo, sino con la preparación de sus futuras nupcias con la Srta Berta Wright, que tendría lugar el próximo otoño.

    Dick, por su parte, había visto revocada su beca en el Hospital de Great Ormond Street… lo cual no podía importarle menos. Acababa de ser padre y había estado a punto de perder a su esposa en el proceso, por lo que toda su atención estaba centrada en su familia. Su madre le había ofrecido regresar al hogar el tiempo que estimase necesario, a fin de ayudar al joven matrimonio con la crianza de los bebés. Dick, tragándose sin dificultad su orgullo, había aceptado; dejando atrás su pequeño piso de los suburbios que, en cualquier caso, ya no podía pagar.

    Ana, por último, injustamente obligada por la arcaica normativa del Colegio Gaylands a elegir entre la vida matrimonial y su profesión, había renunciado a lo segundo. Le causaba enorme pena tener que decir adiós a las niñas y al trabajo que tanto amaba, pero estaba plenamente convencida de haber hecho lo correcto; y esperaba con gran ilusión su boda con John Townsend el verano siguiente.

    Igual que el año anterior, se había dispuesto una larga mesa presidida por el tío Quintín, que rumiaba malhumorado por haber tenido que dejar a medias sus últimas notas; acompañado por un sin fin de comensales: la tía Fanny y los Sres Barnard, Molly Lawrence y su prima, Juana; Julián y Berta; Dick, Jo y los bebés; Ana y su prometido, John; y Jorge, con Tím a sus pies.

    - ¿Cuándo pensáis bautizar a estas pobres criaturas? - preguntó la Sra Barnard, que sostenía entre los brazos a su nieta dormida.

    La buena señora temía que su hijo mediano, el más rebelde de los tres, y su nuera, una joven muy fuera de lo común, no concedieran importancia a la cristiandad de los niños.

    - Pronto, Madre, no te apures – le respondió Dick con paciencia -. Jo y yo lo hemos hablado e incluso hemos elegido ya los padrinos.

    - ¿Ah, sí? - exclamaron todos los presentes a coro, con repentino interés.

    - Sí – dijo Dick con una divertida mueca, y volviéndose hacia su hermano mayor:

    - La tradición exige que el padrino de bodas sea también el padrino de bautizo: ¿me concederías el honor, Ju?

    - Nada me gustaría más – le aseguró Julián, sonriendo de oreja a oreja.

    Dick comentó, sincero:

    - Fue una fácil decisión. En cambio, elegir a la madrina no lo fue tanto… - continuó, mirando intencionadamente a Jorge y a Ana, que se envararon de expectación -. Fue Jo quien resolvió el conflicto. Con mucho acierto, debo añadir.

    Todas las cabeza se giraron hacia la joven madre, que mecía el carricoche donde su inquieto hijo, chupándose el dedo pulgar y con los ojos muy abiertos, reposaba.

    Jo asintió, declarando:

    - Otra fácil decisión, en realidad… Nadie mejor para cuidar de mis hijos, si algo me ocurriese, que la persona sin cuya ayuda no habría sido posible – y miró directamente a Berta a los ojos.

    - ¿Yo? - se sobresaltó la joven americana, señalándose a sí misma, atónita.

    - Estuviste a mi lado en todo momento, a pesar de... todo lo ocurrido entre nosotras – explicó Jo con torpeza, a falta de una definición mejor -. Te confié mi vida y ahora te confío la de mis hijos.

    Tras aquellas hermosas palabras, se hizo un conmovedor silencio… Entonces, sucedió algo inverosímil: Berta, con ojos brillantes de lágrimas, se levantó y se acercó hasta Jo, que también se había puesto en pie, y ambas se fundieron en un abrazo que dejó a los otros boquiabiertos.

    - Bueno, ahora sí, puedo morir afirmando que lo he visto todo – musitó Jorge y Ana, a su lado, sufrió un ataque de risa que disfrazó de acceso de tos.

    Tras la comida, los mayores se quedaron a cargo de los bebés y los jóvenes, junto con Tím, salieron a pasear.

    - ¿Qué sabemos de Toby? - preguntó Ana, nada más empezar a caminar.

    - Aún está convaleciente – le contestó Dick, que hacía poco que había visitado a su amigo -, pero se recupera a ojos vista.

    - ¿Y su pierna? - indagó Jorge, expresando en voz alta la preocupación de todos: la idea de que Toby quedase tullido resultaba intolerable.

    - Todavía es pronto para saberlo – repuso Dick con prudencia, sin querer revelar su verdadera opinión: cabía esperar que una herida tan grave dejase, al menos, una leve cojera.

    Sus compañeros guardaron un compasivo momento de silencio. Después, Julián cambió a un tema más esperanzador:

    - He sabido que el Profesor Dupain se encuentra restablecido. De hecho, se ha mudado a Suiza: ha sido nombrado nuevo director del Consejo Europeo para la Investigación Nuclear, donde continuará desarrollando sus experimentos en Energía de Fusión.

    - ¡Cuánto me alegro! - dijo Ana de corazón, y los demás se mostraron absolutamente de acuerdo con ella.

    Cruzaron, en dirección a la Granja Kirrin, las tierras antaño pantanosas que el proyecto de drenaje había convertido en campos de cultivo, ahora en estado de barbecho.

    Al llegar a la granja, Jorge mostró a sus tres primos y sus parejas las mejoras que había implementado, compartiendo con ellos tanto su idea de ponerla de nuevo en pleno funcionamiento como de arrendarla.

    - ¡Todo un emprendedor hombre de negocios! - bromeó Julián, palmeando con cariño la espalda de su prima, que no pudo evitar ruborizarse de satisfacción.

    Salieron de la granja y continuaron hacia el pueblo, pasando por delante de la carnicería del Sr Walsh, de la casa del Sr Hunt, el veterinario, y de la consulta del Dr Warren, el viejo médico de Kirrin.

    - He oído que el Dr Warren por fin se jubila – les comentó Jorge -  y que ya tiene quien le sustituya. Me preguntó cómo será el nuevo médico.

    - Al parecer es un joven londinense, licenciado en Cambridge – intervino Dick de forma inesperada. Aunque tenía el semblante serio sus ojos brillaban con picardía -, formado en el hospital de Great Ormond Street… y arrebatadoramente guapo.

    Jorge lanzó un grito de incrédula alegría, sobresaltando al resto, y le echó los brazos al cuello a su primo.

    - ¿Es eso cierto? ¿No es una de tus bromas? - quiso cerciorarse, pues era demasiado maravilloso para ser verdad.

    Dick se rió mientras asentía con la cabeza. Dijo:

    - Sí, lo es… y estaría muy interesado en arrendar esa granja tuya.

    - ¿En serio? - replicó Jorge, arqueando las cejas.

    - Necesitaré un sitio donde vivir, y no concibo ninguno mejor para criar a mis hijos que una granja. Se come de maravilla – este último inciso, tan propio de él, provocó la risa de los otros.

    - Pero llevar una granja es muchísimo trabajo – le recordó Jorge, su sonrisa apagándose un poco -, y tú estarás muy ocupado con tus pacientes.

    - Lo sabemos – terció Jo, acaparando todas las miradas -: por eso seré yo quien te ayude. No me asusta el trabajo duro y me he criado en el campo, sabré manejarme. Si aceptas, claro – añadió con cautela: no era ningún secreto la rivalidad entre ambas.

    Mas Jorge desprendió uno de sus brazos del cuello de Dick y cogió la mano de Jo, apretándola con afecto. Aseguró, para genuina sorpresa de los demás:

    - Estaré encantada.

    - Julián y yo os visitaremos a menudo – afirmó Ana, rodeando la cintura de su hermano con un brazo y la de su prima con el otro-, porque querremos ver crecer a nuestros sobrinos.

    - Estarán conmigo hasta que me canse de ellos y los mande a un internado… dentro de uno o dos años –  repuso Dick: los hombres se desternillaron de risa y las mujeres fruncieron el ceño, sin encontrarle la gracia al chiste.

    Regresaron a “Villa Kirrin” para tomar el té y que Jo diera de comer a sus hijos. John y Berta se despidieron de la familia Barnard y montaron en sus respectivos coches, rumbo a Londres. Quedaron así ellos Cinco como única compañía, secretamente felices de esta circunstancia.

    Anduvieron juntos hasta la valla del jardín, desde donde contemplaron la Bahía y la Isla.

    - Parece que fue ayer que estábamos aquí mismo, el día de tu boda, Dick, fantaseando con escapar juntos a vivir una última aventura – rememoró Ana.

    - Y la hemos vivido – apuntó Julián, aludiendo al rescate de Toby y todo lo acontecido después.

    - Yo estoy más que dispuesto para una última escapada – dijo Dick, y Tím ladró con fuerza, como si compartiese su opinión, haciéndoles reír.

    - ¿A las Rocas del Diablo? - sugirió Jorge.

    - Mejor al Castillo de Faynights – sonrió Ana.

    - O a la Isla de los Susurros - propuso Julián.

    - ¿Qué tal a nuestra propia Isla? - se sumó Dick.

    - ¡Ojalá pudiésemos! - suspiró Jorge con nostálgica sonrisa.

    - ¿Y por qué no? ¡Hagámoslo! Escapémonos a la Isla de Kirrin – la incitó Dick.

    - No podemos – le explicó Jorge -: Alf aún está reparando mi bote.

    - ¡Pues vayamos a nado! – insistió él, y todos rieron semejante ocurrencia.

    Dick les miró y, sonriendo burlonamente, echó a correr hacia la playa.

    Los otros tres, pasmados, no reaccionaron hasta que Tím, ladrando alegremente y con una energía impropia de su vejez, decidió que era una idea estupenda y echó también a correr tras de Dick. Sólo entonces saltaron sobre sus pies y se sumaron a la carrera.

    Cuando, riendo como los niños que un día habían sido, después de bajar por el camino de rocas alcanzaron la arena vieron, con la boca abierta, como Dick se quitaba de un tirón los zapatos y los lanzaba a lo lejos, con la intención de meterse en el agua.

    - ¡Vamos! ¿A qué estáis esperando? - les gritó, al tiempo que se quitaba la camisa y los calcetines.

    - ¡Estás loco! - le aseguró Jorge, eufórica de felicidad, y comenzó a descalzarse a su vez.

    Dick, en camiseta interior y pantalones, se internó en el agua fría y salada y se tiró de cabeza en ella. Un segundo más tarde emergía a la superficie con un grito salvaje, apartándose el cabello empapado de la cara. Jorge, riendo sin parar, siguió su ejemplo.

    Tím, brincaba entre las olas, daba vueltas sobre sí mismo como si persiguiera su propia cola y no cesaba de ladrar. Ana agarró a Julián del brazo y tiró de él, en dirección al mar: a su hermano mayor se le escapó la risa y se dejó arrastrar por ella hasta dentro del agua.

    Y aquí dejamos a nuestros Cinco amigos, compartiendo este mágico momento robado en el tiempo, pues bien se lo merecen. Juntos frente a la aventura y frente a las adversidades de la vida adulta… pero juntos. Por siempre.



FIN

Comentarios
* No se publicará la dirección de correo electrónico en el sitio web.
ESTE SITIO FUE CONSTRUIDO USANDO