Whitsun y Los Cinco reunidos.

    El último lunes de mayo, conocido como Whitsun o Spring Bank Holiday, era fiesta nacional en el Reino Unido. En casa de los Barnard era tradición comer juntos ese día y aquel año no fue la excepción.

    El Sr Barnard se encontraba de viaje por negocios y su esposa, como era habitual, le había acompañado; por lo que Ana hacía las veces de anfitriona. La joven, que no había permitido que Dick (quien tenía “dedos de mantequilla” y plato que tocaba, plato que rompía) ni Jorge (que no era capaz de cocer bien un huevo) le ayudasen en la cocina, estaba muy atareada preparando el menú.

    Jo, que apenas podía moverse debido a su exageradamente abultado vientre, permanecía sentada en el sofá; con Snowy, la gata, a su lado y el viejo Tím a sus pies. Desde allí observaba a Dick y Jorge brincar como dos críos frente al televisor, siguiendo la retransmisión en directo de la famosa carrera del queso de Cooper’s Hill, en Brockworth, Gloucestershire. Julián aún no había llegado.

    El hombre por el que Jorge había apostado contra Dick resultó ganador, y este último soltó un improperio, contrariado.

    - ¡Dick, no hables así! - le regañó Ana, con los brazos en jarras, como la maestra que era. Había entrado en la estancia para anunciar que la comida estaba lista. Los otros, animales incluidos, se dirigieron obedientemente al comedor.

    - Has puesto un servicio de más, Ana – le advirtió Jorge, al contar los platos y cubiertos sobre la mesa.

    - No lo he hecho – repuso Ana con suavidad, sin mirarla -. Seremos seis comensales: Ju me ha dicho que va a venir… acompañado.

    - ¿Acompañado? - repitió Jorge, atónita -. ¿Por quién?

    - ¿Julián? ¡Pero si es un casto varón! - replicó Dick por su parte, con alegre incredulidad, a quien la simple idea le complacía y divertía a partes iguales.

    - Ana, ¡tú lo sabes! - la acusó Jorge, que había descubierto la sonrisa que asomaba a los labios de su prima.

    Ana no tuvo que confirmar ni desmentir la acusación, porque justo entonces escucharon abrirse la puerta principal: los cuatro jóvenes, llenos de curiosidad, se personaron al instante en el recibidor.

    Efectivamente, allí se encontraba Julián acompañado de…

    - ¡Berta! - casi gritó Ana, abrazándola -. ¡Pero qué guapa estás!

    Jo se había quedado rígida por, en su caso, la desagradable sorpresa… al igual que Jorge, que no daba crédito a lo que veían sus ojos. “Guau...”, oyó musitar a Dick: le miró y, con gran disgusto, le sorprendió escaneando a la joven.

    Ciertamente Berta había cambiado mucho desde la fiesta de diecisiete cumpleaños de Jorge… estaba irreconocible de tan hermosa. Había peinado su larga, bucleada y rubia melena suelta; y la había despejado de su rostro, sutil y elegantemente maquillado, con dos pasadores. Vestía un conjunto estilo Chanel, que realzaba su figura, y zapatos de fino tacón.

    - Vaya, Berta… qué sorpresa – pudo murmurar Jorge por fin, que parecía de todo menos gratamente sorprendida.

    - ¡Lesley! ¡Qué alegría volver a verte! - dijo Dick, y añadió enrojeciendo como un colegial -: Se te ve… muy bien.

    - ¡La alegría es mía! - les aseguró Berta, que se había ruborizado de puro contento, y obsequió con un abrazo a cada uno, inclusive Jo; si bien ambas no dijeron una palabra y evitaron mutuamente el contacto visual.

    Tras el inesperado reencuentro, todos se encaminaron de nuevo al comedor. Jorge se rezagó a propósito y agarró a Dick del brazo.

    - ¿Primero tú te casas con Jo y ahora esto? ¿Lo hacéis por molestarme? - le susurró con fiereza -. ¿Tú lo sabías?

    - No sabía nada, ¡lo juro! – susurró Dick a su vez, levantando las manos en un gesto de inocencia.

    Jorge abrió la boca para contraatacar, pero el sonido de la aldaba golpeando distrajo su atención: ambos giraron sus cabezas al unísono.

    - ¿Esperamos a alguien más? - preguntó Jorge a su primo, con una nota de temor.

    - No que yo sepa – replicó él encogiéndose de hombros, y regresó al vestíbulo para atender la visita.

    Dick abrió la puerta y se encontró bajo el dintel a un hombre alto, corpulento y ataviado con el uniforme de las Fuerzas Armadas de su Majestad.

    - Buenos días, soy el teniente David Grant - se presentó con aplomo–. Busco al Dr Richard Barnard.

    - Soy yo – se identificó Dick, instintivamente nervioso -. ¿Qué desea?

    - Necesito que me acompañe, inmediatamente, a la base de Billycock Hill.

    - ¿Por qué? - cuestionó Dick enarcando las cejas.

    La respuesta que recibió le heló la sangre:

    - Porque ha sido la última persona en ver con vida al sargento Tobias Thomas.

    Sobrevino un denso y horrorizado silencio... hasta que Dick, con voz trémula, se atrevió a preguntar:

    - ¿Toby ha… muerto?

    - Desaparecido – le corrigió el teniente.

    - Dick, ¿qué ocurre?

    Julián, extrañado por la tardanza de su hermano, había vuelto sobre sus pasos y miraba, alternativamente, a Dick y al desconocido con expresión interrogante.

    - Será mejor que entre… - murmuró Dick, todavía en estado de shock, invitándole a pasar.

    Pocos minutos después no sólo Julián sino también las chicas, que se habían acercado hasta el salón, conocían la terrible noticia: Ana rompió a llorar de la impresión y Jorge, que a pesar de no compartir su sentido del humor apreciaba mucho al joven piloto, palideció en extremo.

    Los hechos eran los siguientes: Toby no había dormido en el cuartel la noche que se había despedido de Dick. Tampoco en la granja de sus padres. Su documentación, dinero y objetos personales estaban intactos. No se había echado en falta ninguna de las aeronaves. Y el camino de huellas que había impreso con sus botas, al regresar a la colina donde había olvidado su pitillera, se interrumpía de forma abrupta… como si se hubiese desvanecido en el aire.

    - Pero yo no sé nada… – arguyó Dick con impotencia, cuando el teniente Grant, en última instancia, le urgió a partir con él.

    - Su testimonio es imprescindible para la investigación – se mantuvo implacable el militar, y Dick dejó caer los hombros, abatido.

    - Yo iré contigo a Billycock Hill – intervino de pronto Julián, posando una mano sobre él en actitud reconfortante; y mirando al teniente Grant añadió: - Soy su abogado.

    - Yo también voy – se sumó Jorge en el acto, y Tím apoyó la idea con un fuerte ladrido.

    - Y yo – afirmó la candorosa voz de Ana -. Toby es tan amigo mío como vuestro.

    - Iremos todos – hizo saber Jo: tanto ella como Berta se habían mantenido en un discreto segundo plano, hasta ahora.

    - ¡Tú no vas a ninguna parte! - exclamó Dick señalando su abdomen, grande y redondo como una enorme sandía.

    - Yo seré quien acompañe a Dick. Yo y nadie más  – decretó Julián, lo que provocó una protesta generalizada de las mujeres.

    - ¡YA ESTÁ BIEN! - se impuso Dick súbitamente, y a continuación razonó con su esposa:

    - Jo, es más que evidente que tú no puedes venir; pero tampoco quedarte aquí sola – y volviéndose hacia su prima y su hermana, agregó: - Jorge, Ana: una de las dos, o ambas, tenéis que quedaros con Jo.

    - Berta podría cuidar de Jo – dejó caer Jorge como si acabara de ocurrírsele.

    Berta, a quien aquella trampa tendida por Jorge le había pillado completamente desprevenida, se sobresaltó y buscó a Julián con la mirada, pidiéndole silenciosamente socorro. 

    - ¿Lo harías, Berta? - le preguntó Dick con aquella entonación amable que le caracterizaba -. ¿Harías eso por mí?

    - Yo… - empezó a balbucir ella, pero no supo resistirse a la gentileza que irradiaban los ojos verdes de Dick -… sí, claro.

    Habló en voz tan baja que a duras penas se escuchó a sí misma, arrepentida de antemano.

    - Gracias, Berta. Eres una buena amiga – le agradeció Dick con calor.

    - Me es indiferente quién le acompañe, Dr Barnard -  interrumpió el teniente Grant, visiblemente hastiado con aquella discusión doméstica -. Pero hemos de marchar ya mismo.

    Así pues, en tanto el teniente subía a su vehículo oficial, para abrir la comitiva; Julián, Jorge, Ana y Tím lo hacían en el de Dick. Jo, antes de que se montara en el coche, llevó a su marido aparte y le siseó, entre furiosa y alarmada:

    - ¡No puedes dejarme sola con ella!

    - Jo, esto es serio: Toby ha desaparecido – le recordó Dick entre dientes, al borde de perder la paciencia -. Necesito saber qué estarás bien mientras yo esté fuera, ¿lo entiendes?

    Jo parecía querer rebatirle, mas él no le dio la oportunidad: la besó en la frente y abrió con determinación la puerta del conductor. Un momento después el auto, con todos sus ocupantes, echaba a rodar.

    Los Cinco regresaban a Billycock Hill.

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