- ¿Una búsqueda de huevos de Pascua? ¿En serio, Ana? ¿Acaso tenemos ocho años? - rezongó Jorge.
- ¡Yo me apunto! - aseguró Dick alegremente -. Y te confieso que me encantaría volver a tener ocho años, Jorge: la vida adulta está muy sobrevalorada.
- Yo también apoyo la idea de Ana – se sumó Julián, sonriendo y rodeando con su brazo los hombros de su hermana pequeña.
Jorge, vencida, gimió con tal desesperación que los otros rieron a carcajadas.
Se encontraban en el jardín de Villa Kirrin, echados sobre la hierba y holgazaneando al sol. Eran sólo ellos Cinco, como antaño, puesto que Jo se había quedado en Greyton con Molly, que se había lastimado la espalda: Jorge no cabía en sí de gozo.
Aquel año la Pascua había caído muy tarde y hacía un tiempo magnífico. Las abejas zumbaban entre los rosales de la tía Fanny y las mariposas revoloteaban por doquier.
- Decidido, por tres votos contra uno – declaró Julián. Tím, que dormitaba a la vera de Jorge, abrió de pronto los ojos y ladró. Julián, en tono de disculpa, añadió:
- Perdón, Tím: cuatro votos a favor, uno en contra – y tanto sus hermanos como la misma Jorge rieron de nuevo con ganas.
- ¿Qué vamos a hacer hoy? - preguntó Ana cuando se apaciguaron las risas.
- Nada – respondió Dick al punto: estaba tumbado con las manos cruzadas detrás de la nuca, el sombrero sobre los ojos y una brizna de hierba entre los dientes.
- Podríamos ir a la Isla de Kirrin – propuso Julián, pero Jorge negó con la cabeza:
- El mar está demasiado picado.
- Vayamos hasta la vieja cantera: el camino hasta allí es precioso – terció Ana.
Jorge se animó en el acto. Dijo:
- ¡Sí, a la cantera! Hace siglos que no vamos. Podemos buscar puntas de sílex, como cuando éramos niños, ¿os acordáis?
- Estamos nostálgicos hoy, ¿eh? - comentó Dick con una mueca, subiéndose el ala del sombrero. Jorge le propinó un puñetazo amistoso.
- A la cantera, pues – resolvió Julián haciendo el amago de levantarse, pero Ana le retuvo:
- Espera, Ju… primero hay algo que quiero contaros.
Los otros tres la miraron con curiosidad e incluso Tím enderezó la cabeza.
Ana, que se había ruborizado, extrajo del bolsillo de su falda un pequeño y cuadrado estuche de terciopelo; similar a los expuestos en los escaparates de Burlington Arcade.
- Estoy prometida – confesó con una vocecita tímida, y abrió el estuche: sus compañeros dejaron escapar sendas exclamaciones.
El sol arrancó un fulgor deslumbrante al diminuto diamante tallado y engarzado en la sortija dorada. Ana, con delicadeza, sacó el anillo de compromiso y lo colocó en el dedo anular de su mano izquierda. Después extendió la mano, para que pudiesen contemplarlo en toda su grandeza.
Sus hermanos y su prima se habían quedado sin palabras… El silencio fue roto por Dick, que soltó un largo silbido y exclamó:
- ¡Menudo pedrusco! ¡Bien por Tom! - vitoreó bromeando a costa de Julián, que solía cambiarle el nombre al joven.
De inmediato, Jorge le siguió el juego a Dick:
- ¿No se llamaba Jim?
- Creía que era Bob... ¿o tal vez Ned?
- ¡Sois unos imbéciles! - estalló Ana de improviso -. ¡De sobra sabéis que su nombre es John!
- ¡Ana! - exclamó Julián, consternado por su explosión. Puso una mano en su espalda, añadiendo en tono tranquilizador:
- Calma, Tigre – y dirigiéndose a los otros, que reían su gracieta como un par de chiquillos, ordenó: - ¡Callaos de una vez!
El tono severo de Julián cortó sus risas de raíz y ambos se disculparon:
- Lo siento, Ana. Sólo era una broma, no te enfades – expresó Dick guiñándole un ojo -. Mi más sincera enhorabuena: John es un buen hombre.
- Sí, yo también lo siento, Ana – manifestó Jorge en actitud contrita, y le deseó con torpeza: - Felicidades…
- Enhorabuena, pequeña – dijo Julián por último, y le dio un cálido abrazo -. Serás una maravillosa esposa, John es muy afortunado.
Ana, habiendo recobrado su habitual calma, les agradeció sus buenos deseos con una gran sonrisa.
Rodearon “Villa Kirrin” y abandonaron sus terrenos por la parte posterior, tomando el sendero que discurría a través del pantano, en pos de la vieja y abandonada cantera.
El pantano, ya en proceso de drenaje, ofrecía un curioso aspecto. Los obreros, de asueto por la Pascua, habían dejado desatendidas las inmensas grúas y la aparatosa maquinaria, como un enorme naufragio.
Para disgusto de Jorge, sus tres primos se detuvieron a contemplar la escena.
- Es una auténtica obra de ingeniería – admiró Julián, a quien de niño le había encantado jugar con mecanos -. Parece increíble que todo esto haya salido de la cabeza de “Hollín”.
- Siempre tuvo una mente brillante... aunque la utilizase para ingeniar las travesuras más locas – rememoró Dick su época escolar con una divertida mueca.
- Quería ser inventor – recordó Ana con cariño -. Parece que lo ha conseguido. ¿Veremos a “Hollín” estos días, Jorge? - preguntó a su prima, ilusionada ante la perspectiva.
- No - respondió Jorge con sequedad: se sentía muy molesta por el interés de los otros hacia el proyecto de “Hollín”. Suavizó el tono al añadir: - Está pasando la Pascua con su familia.
- A quien sí veremos será a Toby – anunció Dick, acordándose de pronto -. Tiene vacaciones como nosotros y me dijo que se acercaría a Kirrin.
- ¿De veras? - se alegró Jorge, y la hosquedad desapareció de su rostro -. ¿Has oído eso, Tím? Toby va a venir a vernos - se dirigió al perro, que estaba a sus pies, acariciándole las orejas: el animal ladró de contento.
Por fin llegaron a la cantera o, más bien, lo que quedaba de ella: el paso del tiempo había hecho crecer en sus cortes arbustos y plantas de todo tipo. Sobre la arena crecían los brezos, y en la parte más llana las flores. Con mucho tiento para no caer rodando hasta el fondo de la cantera, con la consiguiente rotura de huesos, fueron descendiendo.
Llegaron así a la piedra grande y plana donde, tantos años atrás, habían compartido su almuerzo con Martin Curton. Estaba caliente por el sol y les resultó muy agradable sentarse en ella.
- ¡Me siento maravillosamente a gusto! - dijo Ana cerrando los ojos para disfrutar mejor del calor del sol -. Es una pena que Jo se lo esté perdiendo, Dick.
- Sí, una verdadera pena… - murmuró Jorge para sí misma, con sarcasmo.
Dick, que la oyó, la miró ceñudo. Ana se apresuró a desviar la atención de su hermano:
- A propósito de Jo, Dick: ¿cómo se encuentra?
- Como una mujer embarazada: fatigada, dolorida y pesada – replicó él. Jorge, a quien por alguna extraña razón le incomodaba todo lo referente al embarazo de Jo, se removió en su asiento.
- Pobre Jo… - se compadeció Ana, pero añadió sonriente: - Además, tiene que cargar con el doble de peso – enfatizó la palabra intencionadamente. Toda la familia había acogido con una mezcla de estupor e hilaridad la noticia.
- Sí – musitó Dick, que aún se mareaba cada vez que alguien le recordaba que esperaba gemelos.
Los Cinco pasaron un rato apacible y perezoso en la cantera, disfrutando de la sencilla delicia de volver a estar juntos. Cuando se decidieron a regresar ya era bien entrada la tarde.
Al día siguiente, tal y como Dick había vaticinado, recibieron la visita de Toby Thomas. Todos se alegraron mucho de verle, pues era un viejo y muy querido amigo.
Escucharon con genuino interés las novedades del joven piloto de la RAF y después, inevitablemente, charlaron con nostalgia sobre Billycock Hill y la aventura vivida juntos allí.
- ¿Cómo está Benny, Toby? - le preguntó Ana por su hermano pequeño. Recordaba con gran cariño a Benny, que por aquel entonces contaba cinco años, y a su inseparable mascota, un adorable cerdito que respondía al nombre de “Rizado”.
- Ha cumplido los doce y está alto y fuerte para su edad – respondió Toby con orgullo fraternal.
- ¿Y qué animal tiene ahora de mascota? ¿Un potrillo, quizás? ¿O un ternero? - se interesó Dick haciendo reír a todos. Toby les había contado que, antes de “Rizado”, Benny había tenido un corderito y dos gansos.
- Un zorrillo – fue la sorprendente respuesta de Toby -. Que, según crece, cada vez huele peor… mi pobre madre está desesperada – y todos rieron de nuevo.
- ¿Cómo está tu madre? - preguntó Julián, que guardaba muy buen recuerdo de la señora Thomas, una granjera rolliza y jovial.
- Bueno, zorros aparte, la verdad es que anda un poco asustada por los supuestos sucesos extraños… es una mujer muy impresionable.
Los otros se quedaron atónitos.
- ¿De qué sucesos extraños hablas? - indagó Jorge, y su amigo le devolvió la misma mirada perpleja:
- ¿En serio no lo sabéis? La gente de la comarca no habla de otra cosa.
- No, no lo sabemos. Cuéntanoslo de una vez – se impacientó Jorge.
- Varias personas afirman haber oído por las noches, en las inmediaciones del hangar, ruidos extraños. También haber sentido temblores bajo sus pies, como pequeños terremotos, y visto raros humos salir de la tierra y elevarse al cielo.
Un profundo silencio siguió a a aquellas extraordinarias palabras… que fue interrumpido por Dick:
- ¡Pero qué dices! - exclamó con una carcajada incrédula.
Ana, que parecía tan impresionada como la señora Thomas, murmuró estremeciéndose:
- ¡Qué espanto!
- No le hagas caso, Ana. Nos está tomando el pelo – le reconvino Jorge con el ceño fruncido. Conocía bien la debilidad de Toby por las bromas tontas: aún no le había perdonado aquella ocasión que la engañó con una araña de mentira.
- ¡No lo hago! - se quejó Toby -. Todo lo que os he contado es cierto. Hay testimonios de diferentes personas, todas ellas muy respetables. Algunas están convencidas de que lo que han presenciado son fenómenos sobrenaturales.
- ¿Por qué? - intervino Julián con sorpresa.
- Porque empezaron justo después de Navidad, coincidiendo con la muerte de uno de nuestros mejores pilotos. Falleció en un desafortunado accidente durante unas maniobras aéreas – relató Toby con gran seriedad.
Los cuatro jóvenes se quedaron helados de horror. Ana estaba, literalmente, aterrada por semejante historia. Dick no pudo evitar inclinarse sigilosamente sobre ella y susurrar en su oído:
- ¡BUH!
Su hermana chilló del susto al tiempo que los demás rompían a reír, desapareciendo así la tensión creada por Toby.
- ¡Idiota! - espetó Ana enfadada, golpeándole con ambas manos en el pecho -. De verdad que no puedes ser más tonto, Dick.
Toby, todavía riéndose, se levantó y anunció su marcha:
- En fin, amigos, debo irme. Por cierto, Barney – añadió señalando acusadoramente a Dick con el dedo -, nunca cumpliste tu promesa de volar juntos.
- Tienes razón – le concedió Dick con humildad -. Pero no te preocupes que la cumpliré, muy pronto.