Jorge llevaba un buen rato apostada en la ventana, escrutando el exterior. La densa cortina de copos de nieve, que caían con suavidad, apenas le permitía ver nada. Estaba rabiosa de impaciencia. Cuando, de pronto, los faros de un coche rasgaron la oscuridad, salió disparada, gritando:

    - ¡YA ESTÁN AQUÍ!

    Con Tím pegado a sus talones, Jorge abrió la puerta y corrió por el camino enlosado que conducía hasta la cancela. Los pasajeros se estaban apeando del vehículo en ese preciso instante: sus primos Dick y Julián por las puertas del conductor y del copiloto, respectivamente; y su prima Ana y Jo por las traseras.

    Jorge, a punto de estallar de pura felicidad, se lanzó a los brazos de Julián.

    - ¡Por fin estáis aquí, pensé que no llegaríais nunca! ¡Habéis tardado siglos!

    - La nevada nos retrasó. De no ser porque Dick conduce como un auténtico loco, aún no habríamos salido de Londres.

    - Dios bendito, Julián… ¿se puede ser más pelma que tú?

    - ¡Jorge, querida! Es estupendo estar de nuevo todos juntos, ¿verdad?

    - ¡Mi buen Tím! ¡Qué alegría volver a verte!

    - ¡GUAU! - ladró el perro, pues él pensaba exactamente lo mismo.

    - Vamos adentro, vieja amiga: estás tiritando – observó Julián, echándole a Jorge su abrigo sobre los hombros. Las tres mujeres y él marcharon hacia la casa, mientras Dick extraía el equipaje del maletero.

    Sus tíos Quintín y Fanny, junto con sus propios padres, también les recibieron con gran alegría. Hubo afectuosos abrazos y muestras de cariño por doquier, alentados por el Espíritu de la Navidad. Después, tras el hermoso reencuentro, toda la familia entró al comedor.

    Era Nochebuena y la mesa hacía justicia a tan señalada ocasión. Los jóvenes tomaron asiento entre risas y felices comentarios, hablando todos a la vez; mientras sus padres presidían ambos extremos. Tím, sentado sobre sus cuartos traseros, se erguía muy tieso junto a la silla de Jorge, exhibiendo una excelente educación perruna. No obstante, el constante barrido de su larga cola, sus orejas alzadas y su lengua jadeante denotaban que estaba ávido por recibir su cena.

    Por fin se hizo el silencio y todos, cogiéndose de las manos, inclinaron sus cabezas en señal de respeto, en tanto que el padre de Julián expresaba una oración de Gracias. Tras la bendición fue Dick, para su enorme satisfacción y no menor sorpresa, el elegido para trinchar el pavo, dado su nuevo estatus de hombre de familia. Muy pronto todos estuvieron servidos, incluido el viejo Tím, y los jóvenes, entre bocado y bocado, retomaron su alegre conversación.

    El sabroso pavo relleno, acompañado de salsa de arándanos, patatas asadas con mantequilla y coles de Bruselas, hizo las delicias de todos los comensales; que comieron hasta hartarse.

    Tras la opulenta cena se dirigieron al salón, donde el árbol navideño estaba ya decorado, aunque sin las velas encendidas. Trozos de blanco algodón, dispuestos por todas partes, le hacían parecer un auténtico abeto nevado. En lo alto, con su vestido de gasa y alas de plata, se veía a la pequeña muñeca-hada que había coronado todos los árboles de Navidad desde que Jorge era niña.

    Los calcetines colgaban de la chimenea, cuyas llamas colmaban la estancia de un reconfortante calor y melodioso crepitar. Sobre el mueble bar del tío Quintín reposaba una gran fuente de mulled wine, el tradicional vino tinto caliente y aromatizado. Las copas de cristal fueron llenadas con él y repartidas entre todos los presentes.

    Entonces la tía Fanny, con gran ternura, habló a los jóvenes:

    - Me siento muy feliz de teneros aquí reunidos, en esta casa que os ha visto crecer y que, espero, algún día vea también crecer a vuestros hijos. Volver a ser partícipe de vuestras risas, bromas y alegría… es el mejor regalo de Navidad que podría desear.

    - Oh, Madre… - se conmovió Jorge, pues los ojos de su madre estaban empañados por la emoción.

    Julián, en un intento cortés por desviar la atención de su tía, cuyos labios habían comenzado a temblar, alzó su copa y brindó:

    - ¡Feliz Navidad a todos!

    Los demás alzaron sus propias copas y corearon sus palabras, antes de beber su contenido.

    Dick, con la cabeza echada hacia atrás, vació de un interminable trago la suya y después, rojo como la grana, soltó:

    - Jo está esperando un bebé.

    La inesperada noticia tuvo el efecto de una bomba. Jorge se atragantó con el vino y se puso a toser; Ana dejó escapar un chillido tan agudo que Tím, asustado, se escondió bajo el sillón orejero; y Julián, que semejaba haber sido golpeado con un mazo, balbuceó:

    - Pero… ¿cómo…?

    El rostro de Dick recuperó parte de su color, inmensamente divertido al ver a su hermano tan aturdido; y no pudo evitar hacer chanza a su costa:

    - Parece ser, Julián, que te perdiste esa clase del profesor Tomson, nuestro antiguo profesor de Historia Natural – empezó a decir, con impostada pedantería -. Es una verdadera lástima, porque fue una lección de lo más interesante…

    - Cállate – le cortó Julián con un gruñido, avergonzado y molesto a partes iguales -. Eres un perfecto idiota.

    Ana, contenta a más no poder, abrazó a su hermano, exclamando:

    - ¡Oh, Dick, qué noticia más maravillosa!

    Jorge, con ojos llorosos por el acceso de tos, y abiertamente incómoda, farfulló:

    - Sí, Dick… Felicidades – aunque su tono parecía expresar lo opuesto.

    Los mayores, sin embargo, compartían el entusiasmo de Ana y prodigaron a la pareja sus más sinceras felicitaciones. Su padre le estrechó la mano con solemne orgullo y su madre le besó con tanto arrobo como cuando era niño.

    Jo se convirtió así en el centro de atención. Ahora que conocían su estado, resultaba obvio que el vestido de terciopelo rojo le quedaba demasiado ceñido en el pecho, y que su belleza natural se había incrementado. Parecía algo agobiada por el despliegue de consideraciones de las que, de repente, era objeto.

    Se descorchó champán para celebrar tamaña buena nueva y luego Ana, por iniciativa propia, se sentó al piano a tocar “Deck the halls”. Dick, con su proverbial espontaneidad, no dudo en acompañarla con su voz, cantando a pleno pulmón. El resto de los presentes no tardaron en unirse a él.

    Jorge, superada la fuerte impresión que le había producido la primicia, cantaba más fuerte que nadie, tan dichosa como se sentía por disfrutar de la compañía de sus primos. ¡Los echaba tantísimo de menos!

    Horas después, pasada la medianoche, tras una inolvidable velada y con el árbol ya encendido, los padres de Julián, que dormirían en el pequeño hotel del pueblo, se despidieron hasta la mañana siguiente. Sus tíos Quintín y Fanny también se retiraron. Los jóvenes, acompañados por Tím, eligieron gozar de un rato más de charla.

    Sin embargo tanto el viejo perro, enroscado sobre sí mismo encima de la alfombra, como Jo, hecha un ovillo sobre el sofá, no tardaron en quedarse dormidos. Los demás conversaban a media voz para no despertarlos.

    En cierto momento Ana, mirándole con cariño, se dirigió a su hermano Dick:

    - Vas a ser padre, Dick… ¿puedes creerlo?

    - La verdad es que no. Yo… no esperaba que ocurriera tan pronto – confesó él con pudor, enrojeciendo nuevamente. Bajó la mirada a la copa que tenía en la mano: la hizo rodar entre sus dedos. Sin levantar la vista, continuó:

    - A veces, sueño que volvemos a ser niños y a correr aventuras… Que vivimos en unas perpetuas vacaciones, completamente a nuestro aire y sin rendir cuentas a nadie. Bebiendo litros de cerveza de jengibre y comiendo todos los sándwiches que queramos – volvió a levantar la mirada: sus ojos verde oscuro brillaban de emoción -. Pero me despierto y  comprendo que ya soy adulto, marido e incluso padre… y entonces sí que me parece que estoy soñando.

    Aquellas palabras fueron acogidas por sus compañeros con un respetuoso silencio… el cual rompió Jorge, al preguntarle con gran seriedad:

    - ¿Estás borracho?

    Dick arqueó las cejas, cogido a contra pié, para acto seguido responder con igual solemnidad que ella:

    - Yo diría que sí… este mulled wine pega fuerte.

    Exactamente un segundo más tarde los cuatro miembros humanos de Los Cinco, al unísono, rompieron a reír a carcajadas.

    Despertaron, sin quererlo, a los dos durmientes, que abrieron sendos pares de ojos con sobresalto y les contemplaron en mudo asombro; pero ellos no podían parar de reír. Los cuatro acabaron con los ojos llenos de lágrimas y los costados doloridos.

    Tras el incontrolable acceso de risa, ahora sí, subieron a acostarse; atesorando en sus corazones aquel momento compartido, tan dorado y real como en sus mejores tiempos, cuando sólo eran ellos Cinco.




    - ¡Jorge, despierta! ¡Es la mañana de Navidad! ¡Bajemos a abrir los regalos!

    Jorge, medio dormida, abrió los ojos: se encontró con el rostro arrebolado e impaciente de Ana sobre el suyo. Un largo y salivoso lengüetazo de Tím la terminó de despertar.

    - ¡Argh, Tím! - se quejó ella, limpiándose con la manga. Luego sonrió a su prima y respondió, al tiempo que saltaba de la cama: - ¡Sí, vamos!

    Ambas jóvenes, una en pijama y la otra en camisón, corrieron escaleras abajo como si fueran unas crías, deseosas de abrir los presentes bajo el árbol.

    - ¡Oooh, el vestido que yo quería! ¿Quién me lo habrá regalado?

    - ¡Tím, fíjate! ¡Una placa nueva para tu collar, con su inscripción y todo! ¡Estarás magnífico con ella!

    - ¡Me encanta este perfume! Es de parte de Julián, ¡qué acierto ha tenido! Huélelo, Jorge.

    El alboroto que armaron arrancó de su sueño al resto de habitantes de “Villa Kirrin”, que se reunieron con ellas, a excepción de Dick y Jo. Esta última, también en pijama, hizo su aparición poco después. Julián le alargó un paquete cuya etiqueta llevaba su nombre.

    - ¿Dónde está Dick? - le preguntó Jo, mirando a un lado y a otro.

    - ¿No está arriba? - replicó Julián, sorprendido -. Dábamos por hecho que aún seguiría en la cama – Dick era, con diferencia, a quien más se le pegaban las sábanas.

    Jo negó con la cabeza, ligeramente preocupada, mas justo entonces tintineó la campanilla que anunciaba que alguien había abierto la puerta principal. Al momento siguiente Dick, con el cabello y el abrigo salpicados por copos de nieve, asomaba por el umbral del salón. Entre sus brazos, apenas un pequeño bulto, un gatito maullaba débilmente. Jo ahogó una exclamación de maravillada sorpresa.

    - Supe que la gata del señor Hunt, el veterinario, había tenido una camada y le pedí que me guardase una de las crías - le explicó Dick, acariciando aquella bolita de pelo blanco. El gatito abrió su boca en un interminable bostezo, relamiéndose a continuación los bigotes, también blancos-. Es una hembra. La he llamado Snowy, por su color – ciertamente su pelaje era de un blanco inmaculado, como la nieve.

    - Ten – le dijo entonces a Jo, entregándole el animal, que maulló de nuevo con debilidad, en son de protesta. Jo acogió entre sus brazos a la adorable criatura.

    Muy pronto, Snowy cayó bajo el irresistible embrujo de Jo sobre todos los animales: se encogió felizmente sobre sí misma y se durmió. Jo la arrulló como si se tratara de un bebé, y su mirada no era menos tierna que la de una madre.

    Dick rodeó sus hombros con el brazo y preguntó con dulzura:

    - ¿Te gusta? Es mi regalo de Navidad para ti.

    - Oh, Dick - fue lo único que Jo, conmocionada, pudo responder.

    Los demás, tan maravillados como ella con aquel particular regalo de Navidad, también se habían aproximado para conocer al animalito. El viejo Tím lo olisqueó con extrañeza y, al reconocer su olor a gato, gruñó sordamente.

    - Basta, Tím. ¿No ves que es sólo un bebé? – le riñó Jorge, apartándole.

    Fueron tantos los regalos que se abrieron aquella mañana, que el salón quedó alfombrado de papel de colores y cordel. Alrededor de las once, pertrechados con gruesos abrigos, gorros, bufandas y guantes; los jóvenes salieron con Tím al jardín, para jugar en la nieve. 

    Haciendo rodar grandes montones de nieve, construyeron un muñeco, tan alto como la misma Ana. Dibujaron sus ojos, nariz y boca con piedras; y con dos ramas fabricaron sus brazos. Adornaron su cabeza con un viejo sombrero del tío Quintín y Julián le prestó su bufanda. Por último, Dick le colocó una ramita sobre los ojos, a modo de ceño fruncido.

    - ¡Mira, Jorge! Ahora se parece a ti – se burló, señalándolo. 

    Recibió en respuesta tal bolazo en la cara, lanzado con admirable puntería, que cayó de espaldas sobre la mullida nieve, con la inercia del golpe: Julián y Ana rugieron de risa.

    Dick se incorporó hasta quedar sentado, pestañeando y escupiendo la nieve que le había entrado en la boca. Jorge, con sonrisa triunfal, le tendió una mano para ayudarle a levantarse. Su primo la aceptó… y tiró con fuerza, haciéndola caer también.

    Los otros dos reían sin cesar mientras Dick y Jorge, tirados en la nieve, peleaban como dos cachorrillos. Tím, entusiasmado con el juego, se les unió entre alegres ladridos. Al otro lado del cristal, Jo, que había preferido quedarse en la casa, les observaba con la gatita aún dormida en sus brazos.

    Cuando la tía Fanny hizo sonar el gong, regresaron dentro con la risa en los labios y los rostros cortados por el frío. La familia al completo se reunió, una vez más, a la mesa. El almuerzo navideño se cerró con un fabuloso budín de Navidad y dulces en abundancia.

    La tarde transcurrió entre animadas conversaciones, repletas de gratos recuerdos familiares, y todos se sentían dichosamente exhaustos cuando llegó la hora de acostarse.

    El Boxing Day amaneció todavía más nevado que el de Navidad. Los tres hermanos y sus padres debían volver a Londres, para tristeza de Jorge.

    Julián estaba colocando las maletas en el recibidor cuando el chico de los periódicos golpeó la aldaba de la puerta. Cogió el diario y le entregó unos chelines de propina al muchacho.

    Nada más desplegar el Times, un artículo en primera plana captó toda su atención… y una exclamación de incrédulo pesar se escapó de su garganta.

    Jorge, que acababa de pasar a su lado, se volvió hacia él:

    - ¿Qué ocurre?

    - Conozco a este hombre – murmuró Julián, que parecía en shock, posando su dedo sobre una fotografía del periódico-. Asistí a una conferencia suya, en Londres.

    Jorge contempló la imagen en blanco y negro: un hombre de rostro delgado, mirada amable tras unas grandes gafas y cabello ralo. Sobre ella grandes titulares rezaban:


CIENTÍFICO FRANCÉS DESAPARECIDO




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