El rojo del alba aún teñía el cielo, pero los habitantes del circo ya estaban afanados en ponerlo todo a punto, para que la magia de aquel lugar cobrara vida un día más. Jo, embelesada, se internó en aquel maravilloso mundo.

    Se movía como en un sueño, sin pedir permiso y sin que nadie reparase en ella. Se había criado en un circo. Uno pequeño, que carecía del esplendor del que ahora estaba rodeada, pero un circo al fin y al cabo. Nunca, en todos los años intermedios, había sentido tanta añoranza de aquella pasada vida como en aquel preciso momento. Sentía como si, después de mucho tiempo, hubiera regresado a casa.

    Las caravanas de los artistas, de impecable madera pintada con vivos colores y debidamente barnizada, nada tenían que ver con aquella donde había vivido con sus padres. Las dejó atrás, y también a las casetas y al tiovivo; y se detuvo frente a la gigantesca carpa de circo, cuya cúspide, alta como una catedral, parecía querer tocar el firmamento.

    Siguió contemplando, en éxtasis, la bandera que coronaba la cúspide de la carpa, hasta que un sonido captó su atención: era la música del tiovivo, que había sido puesto en marcha. Jo giró en redondo: era exactamente la misma canción que, hacía años, había escuchado mientras dada vueltas y más vueltas gratis… No podía ser casualidad. Con el corazón acelerado por la emoción, volvió sobre sus pasos.

    Sus latidos aumentaron aún más al comprobar que era el mismo tiovivo. Un sencillo carrusel dorado, cuyos viejos caballos subían y bajaban a través de la barra, al compás de la música. Junto a la plataforma giratoria había un joven de su edad, con una boina gris. Estaba más esbelto, y por supuesto más alto, de lo que ella recordaba, pero estaba casi segura de que era él. Si tan sólo se destapara la cabeza…

    Como si hubiese oído sus pensamientos, el joven se quitó distraídamente la boina, dejando al descubierto un espeso cabello negro, que se erguía en la coronilla formando curiosas puntas. A Jo le dio un vuelco el corazón. Ella también se descubrió la cabeza y se acercó hasta él.

    - ¿Spiky?

    El joven, al oír su apodo, se giró hacia ella. La miró fijamente, entrecerrando los ojos, en un esfuerzo por reconocerla. Un segundo después los abría desmesuradamente, exclamando:

    - ¡JO!

    Ambos amigos se echaron a reír de pura alegría, y se fundieron en un abrazo. Entonces Spiky, sujetándola por los brazos, la alejó de sí para contemplarla con mayor detenimiento, maravillado.

    - ¿De veras eres tú, Jo? ¡Cuántos años han pasado! ¿Vives en Londres? - pero antes de que ella pudiera responder, la aguda mirada de Spiky captó el brillo dorado de su alianza: se quedó absolutamente boquiabierto. Balbuceó: - No es posible… ¡Estás casada!

    Jo, avergonzada sin saber por qué, se desasió con brusquedad y ocultó la mano en el bolsillo de su gabardina. Spiky rió de nuevo y le preguntó con cierto tono burlón:

    - ¿Cómo debo llamarte ahora? ¿Señora… ? - y dejó, con intención, la palabra en el aire.

    - Barnard – le reveló Jo con reticencia.

    Spiky sufrió un leve respingo, sobresaltado por su respuesta. Empezó a recordar:

    - Así se llamaba aquel chico de la playa… ¿verdad? Él y su hermano querían saber si el viejo Gringo podía estar detrás del secuestro de su prima. Me pidieron que hiciera algunas averiguaciones. Su hermano dudó en voz alta si debían alertar a la Policía… y a punto estuve de echar a correr. Pero él, aquel chico, me aseguró que no le dirían ni una palabra, y tú me dijiste: “puedes creerle, es muy honrado”.

    - Sí, es él.

    Spiky dejó escapar un largo silbido. Parecía genuinamente atónito.

    - ¡Vaya! Yo sabía que te gustaba... – suspiró, volviendo a sentirse, por un instante, como el muchacho pequeño y rollizo que había sido; y que recuerda con una mezcla de admiración y envidia a otro mayor, más alto y guapo, con el que no puede competir -, pero jamás habría creído posible… - se calló, comprendiendo de pronto que podría ofenderla. Carraspeó y terminó: - Bueno, me alegro mucho por ti, Jo.

    Ella le sonrió, sinceramente agradecida. Entonces le preguntó, muy intrigada:

    - Y tú, Spiky, ¿cómo has acabado aquí?

    - Cuando la Poli encerró a Gringo, la feria se disolvió… pero como el tiovivo era nuestro, un golpe de suerte hizo que mi Pa conociera a Mister Galliano, que se interesó mucho por el viejo cacharro – comentó riendo y señalando el tiovivo -. Desde entonces formamos parte del circo y…

    De repente, Jo notó como alguien a su espalda la enganchaba del brazo y tiraba para girarla hacia sí: era un joven de cabello oscuro, que tendía a rizarse, y ojos marrones y brillantes. Gritó con júbilo:

    - ¡LOTTA! - y la soltó al instante siguiente, como si hubiera tocado unas brasas, al comprender, con vergüenza y alarma, que se había equivocado -. Oooh, cuánto lo siento, señorita…

    - Señora – le corrigió Spiky al punto, con una mueca: Jo le fulminó con la mirada.

    - ...la he confundido con otra persona – acabó su disculpa el joven, con tono alicaído. Parecía verdaderamente apenado porque Jo no fuese quien él había creído.

    Jo, que un segundo antes se había sentido furiosa contra él, sintió como su enfado desaparecía en el acto al verle tan compungido. Con simpatía, le dijo:

    - No te preocupes.

    Justo después Spiky, adelantándose al joven desconocido, les presentó:

    - Jo, te presento al famoso Jimmy Brown: él y su perrita Lucky son la auténtica atracción del circo. Gente de todo el país viene al espectáculo sólo por ellos – le aseguró. Acto seguido se dirigió a Jimmy -: Jimmy, ésta es Jo, una vieja amiga.

    - Encantado de conocerte, Jo – le dijo este último, alargando la mano, sonriendo pero todavía acalorado. Ella estrechó su mano con firmeza y también le sonrió:

    - Lo mismo digo, Jimmy.

    - ¿Spiky ya te ha enseñado todo esto? - le preguntó. Cuando Jo negó con la cabeza, le ofreció, deseoso de compensarla por lo ocurrido: - Puedo hacerte de guía yo mismo, ahora estoy libre.

    Spiky se echó a reír, haciendo notar lo siguiente:

    - ¡No pretendas impresionarla! Ella es de los nuestros, y se sabe todos los trucos del oficio.

    - Me gustaría mucho, Jimmy, gracias – respondió Jo, sin embargo, y siguió a su nuevo amigo.

    Nada más echar a andar, el joven quiso confirmar las palabras de Spiky:

    - ¿Es cierto? ¿También trabajas en un circo?

    - No, pero nací y crecí en uno, aunque no era tan grande ni bonito como éste. Mi padre era trapecista, pero cayó mal en una de sus acrobacias y quedó cojo… Poco después falleció mi madre y tuvimos que abandonar el circo. Yo tenía once años.

    - ¿Tu madre también actuaba?

    - Sí, amaestraba perros para que salieran a la pista – relató Jo. Sus ojos brillaron al recordar aquellos días dorados de su infancia -. ¡Teníamos una docena de ellos! Yo los quería mucho a todos.

    - Entonces tienes que conocer a Lucky: también está amaestrada. ¡Ni te imaginas lo que es capaz de hacer! - presumió Jimmy.

    Durante su improvisada visita por el campamento circense, Jo fue introducida por Jimmy a aquellos con quienes se toparon: Lilliput, el dueño de los monos; Stanley, el payaso; Oona, el acróbata; el Sr Volla, el domador de osos; el Sr Tonks, propietario de Jumbo, el elefante… y tantos otros. Formaban, en conjunto, un agradable y variopinto grupo de excepcionales artistas. Jo se mostró encantada con todos. 

    Por último, la condujo al interior de la carpa: era aún más impresionante por dentro que por fuera. Allí conoció a Míster Galliano, el reconocido patrón del circo: un hombre orondo, con un gran mostacho que se curvaba hacia arriba en las puntas, y un sombrero de copa ladeado sobre la cabeza. Asimismo Jimmy le presentó a un amistoso matrimonio: Laddo y Lal. El primero realizaba un espectacular número con caballos.

    - Son los padres de Lotta – le dijo Jimmy, cuando se alejaron de la pareja de artistas.

    - Pero, ¿quién es Lotta? - le preguntó Jo, recordando que había sido confundida con ella.

    - Lotta es… era… mi compañera – rectificó cambiando el tiempo verbal. Una sombra de tristeza había cruzado su rostro al hablar. A Jo no le pasó desapercibida la intensidad con que había pronunciado la palabra “compañera”, otorgándole un cariz de intimidad.

    - Lotta participaba en el número de Laddo, como amazona: cabalgaba completamente de pie sobre ellos y saltaba de uno a otro – le explicó Jimmy -. Era maravilloso verla… De hecho, lo era tanto, que el mundialmente famoso Circo de Rusia le ofreció unirse a él.

    - ¿Se fue con ellos?

    - Sí, Lotta dudaba pero sus padres y yo mismo la convencimos: era una gran oportunidad para ella.

    - Pero ahora la echas de menos – supuso Jo, con una mueca de empatía.

    Mientras conversaban se habían acercado hasta los caballos: eran unos ejemplares magníficos, de raza frisona y negros como el azabache. A pesar de su imponente talla, parecían animales tranquilos y dóciles, pensó Jo al tiempo que acariciaba sus crines, que era espesas y onduladas.

    - No soy el único que la echa de menos – repuso Jimmy, frotando el cuello de uno concreto: el animal relinchó sobre el cuello del joven, en un gesto de cariñoso reconocimiento -. Éste es Black Beauty, pertenecía a Lotta.

    Jo fue a tocar al caballo pero Jimmy le advirtió:

    - ¡Ten cuidado! No le gustan los desconocidos.

    - No temas, todos los animales me quieren – fue la confiada respuesta de Jo.

    Black Beauty piafó intranquilo cuando notó la mano de la joven, pero ella no se dejó amedrentar. Le acarició las crines al tiempo que aproximaba la boca a su oído para susurrarle. El caballo, entonces, quedó muy quieto, escuchándola atentamente: su portentoso cuerpo se relajó.

    Jo, pacientemente, siguió ejerciendo su embrujo sobre Black Beauty hasta que, por fin, el animal relinchó y frotó su hocico contra la mejilla de ella. Jimmy estaba abiertamente asombrado:

    - ¡Si no lo veo, no lo creo!

    - Me encantaría montarlo – comentó Jo, contemplando los hermosos ojos negros de Black Beauty y sin dejar de acariciarle.

    - Black Beuty es una criatura indómita y solo consiente ser cabalgado por Lotta – replicó Jimmy negando con la cabeza.

    - Me gustaría intentarlo – insistió Jo.

    Jimmy se encogió de hombros y repuso:

    - Está bien, pero tendrás que consultarlo con Laddo primero.

    Resultó que el veterano jinete opinaba igual que el joven circense: era peligroso intentar cabalgar a Black Beauty.

    - Podría tirarte de la montura y pisotearte accidentalmente con sus cascos.

    - Me agarraré con fuerza de las riendas, y también de los estribos con los pies. Además, en caso de que me cayese a la arena, rodaría sobre mí misma para apartarme – le prometió Jo.

    Laddo, aunque no estaba convencido por completo, terminó cediendo y su mujer, Lal, entregó a Jo un par de pantalones y botas de montar de su hija. Mientras la joven se cambiaba de ropa, Laddo ensilló al caballo.

    Cuando Jo regresó a la pista fue ayudada a subir a la montura por Laddo, mientras Jimmy obligaba a Black Beauty a fijar la vista en él. Pero el caballo, en cuanto notó el peso de Jo en su jupa, piafó muy contrariado. Laddo tendió las riendas a Jo y le recordó que las sujetara con fuerza.

    Laddo y Jimmy se apartaron rápidamente de su trayectoria cuando Black Beaty arrancó a galopar, resoplando y relinchando: Jo a punto estuvo de salir despedida por los aires. Tal y como le había prometido a Laddo, se agarró fuertemente de pies y manos. Apretó las piernas contra los lomos del caballo y echó el peso de su cuerpo hacia delante, susurrándole al oído.

    Fueron necesarias varias vueltas a la pista, con Jo firmemente sujeta y susurrándole en todo momento, para que Black Beauty fuera domado. El galope se convirtió en trote y el animal volvió a relajar la mandíbula, que había estado tensada enseñando las dos hileras de dientes. Laddo, Lal y Jimmy rompieron a aplaudir, admirados.

    - ¡Bravo! Eres una gran amazona – la felicitó Laddo cuando pasó junto a él.

    Jo sonrió, muy contenta de sí misma. Ahora que Black Beauty se había calmado podía disfrutar cabalgándolo: golpeó con sus talones los flancos del caballo para ponerlo de nuevo al galope.

    Black Beauty galopó varias vueltas más por la pista circular y Jo, entonces, se atrevió a probar  una acrobacia: despacio, se fue irguiendo hasta levantarse de la montura y quedar completamente recta, de pie sobre los estribos. Después, agarrando ambas riendas de cuero con su mano derecha, elevó la izquierda en el aire: sus espectadores lanzaron exclamaciones de júbilo.

    - ¡Sublime!

    Esta última provenía de Míster Galliano, que había presenciado su última vuelta a la arena. Loco de alegría, se dirigió a Laddo:

    - ¡Sería perfecta para tu número, Laddo!

    - Tiene potencial, desde luego – admitió Laddo, sonriendo a Jo. Esta última, nuevamente sentada sobre la silla, había guiado a Black Beauty hasta su pequeño público. Desmontó del caballo y devolvió las riendas a su dueño -. Podría enseñarle todos los trucos, igual que hice con Lotta. Si aprende rápido, debería estar lista para actuar en dos o tres semanas.

    - ¿Qué dices, querida? ¿Te gustaría unirte a nuestro Circo? - preguntó con jovialidad Míster Galliano, atusándose una punta de su mostacho.

    Jo miró alternativamente a uno y otro hombre, con los ojos muy abiertos… le parecía estar soñando. ¿Que si le gustaría unirse al Circo Galliano? ¡No había nada que deseara más! Pero… era imposible, comprendió con repentino pesar, haciendo girar en su dedo la alianza.

    No obstante, no tenía por qué enrolarse en la compañía, razonó para sí. Quizás podría, sencillamente, aprender con Laddo mientras le fuera posible, tal vez hasta llegar a actuar, como éste había predicho. Sí, resolvió animada, aceptaría tan generosa oferta y después, aunque fuera con mucha pena, diría adiós al Circo Galliano.

    Inconscientemente, escondió la mano en cuyo anular lucía su anillo de casada detrás de la espalda, y sonrió a Míster Galliano:

    - Sí, me encantaría.




    A partir de aquel día, y tras despedir a su marido, Jo se escabullía todas las mañanas al prado donde acampaba el Circo.

    Laddo era un maestro muy exigente y le hacía repetir los ejercicios sin descanso, pero Jo estaba acostumbrada al trabajo duro. El domador ecuestre estaba muy satisfecho con los progresos de la joven, que aprendía muy deprisa y llevaba el talento acróbata en las venas.

    Laddo no era el único complacido con Jo: Míster Galliano estaba realmente encantado y todos los artistas la apreciaban mucho, en especial Jimmy Brown.

    Jo se sentía inmensamente feliz… aunque un pensamiento perturbaba, de tanto en cuando, su conciencia: Dick ignoraba la existencia del Circo y su implicación en él.

    No había sido premeditado el ocultárselo, simplemente había ocurrido. Jo estaba dividida entre el placer de guardarlo en secreto y la culpabilidad de mentirle por omisión. 

    Puede que fuera mejor que él no lo supiera, se decía, sólo serviría para disgustarle. Si de algo estaba segura, es de que Dick no aprobaría sus incursiones ni sus aspiraciones circenses. Pero, en el fondo de su corazón, sabía que debía contárselo.

    Sí, definitivamente tenía que decírselo… solo necesitaba encontrar el momento adecuado.


Comentarios
* No se publicará la dirección de correo electrónico en el sitio web.
ESTE SITIO FUE CONSTRUIDO USANDO