Con el sol de media tarde a su espalda, la gótica fachada del King’s College dibujaba una larga sombra sobre la explanada de césped. Julián se tomó un momento para admirar el majestuoso edificio, que albergaba en su interior una de las Universidades más antiguas de toda Inglaterra. Después, con la desenvoltura que le caracterizaba, cruzó la planicie de hierba.

    Le fue muy sencillo hallar el auditorio donde tendría lugar la conferencia. Tras mostrar su credencial, se dedicó a buscar un asiento libre: no era tarea fácil, pues el aforo estaba prácticamente al completo.

    De pronto, con femenina elegancia, un brazo se elevó en el aire, reclamando su atención.

    - ¡Julián, aquí!

    Julián sin dar crédito a sus ojos, pero con una gran sonrisa en los labios, se acercó hasta aquella fila: Berta palmeaba la butaca vacía a su derecha, invitándole a tomar asiento.

    - ¡Berta! ¡Jamás habría imaginado encontrarte aquí! A decir verdad, te voy encontrando en los sitios más insospechados – afirmó sin dejar de sonreír, refiriéndose al bufete-. ¡Voy a empezar a pensar que me estás siguiendo! - bromeó con fingida arrogancia.

    En su primer día en Evans & Baker, Julián se había llevado la sorpresa de su vida al reconocer, en aquella sensual y bellísima joven, a la pequeña Berta Wright. Parecía imposible que el Destino los hubiese vuelto a unir tan azarosamente. Aún no había conseguido dejar de maravillarse por la extraordinaria coincidencia; y todas las mañanas la visión de Berta empujando su carrito de café y pastas, acompañada del familiar tintineo de ruedas, le tibiaba el corazón. 

    Berta, que se había echado a reír, le respondió:

    - Estoy aquí por Pops – así llamaba Berta a su padre, quien era un reputado científico americano-, él es quien presenta al profesor Dupain y ejerce de moderador durante la posterior ronda de preguntas. ¿Qué haces aquí? ¿Acaso te interesa la Física Nuclear?

    - Así es – admitió Julián -. Desde que mi tío Quintín sentó las bases de la Fisión, es un tema que me ha fascinado.

    Según hablaba, los recuerdos inundaron su mente: cómo su tío había construido la torre de cristal y el laboratorio secreto en la Isla de Kirrin, para llevar a cabo sus experimentos. El terrible enfado de Jorge al haber sido usurpada su amada Isla. El enigmático señor Curton y su hijo, Martin. El pasadizo de la cantera y su abrumador e interminable recorrido bajo el lecho rocoso del mar…

    - ¡Mira, allí está Pops! - interrumpió Berta sus pensamientos, señalando a un hombre grueso, de rostro colorado y expresión radiante; que había aparecido en el escenario.

    Los asistentes a la conferencia guardaron silencio mientras el profesor Elbur Wright, con su alegre vozarrón y marcado acento americano, introducía a un hombre de aspecto tímido, grandes lentes y cabello ralo:

    - Damas y caballeros, hoy el King’s College tiene el enorme privilegio de acoger al profesor François Dupain, cuyos últimos avances en el campo de la Física Nuclear prometen revolucionar la Ciencia actual – y con un gesto le cedió el atrio al científico francés.

    El profesor Dupain saludó con cierta timidez a su audiencia: no parecía especialmente cómodo hablando en público. Tampoco debía ayudar el tener que expresarse en inglés. Sin embargo, según iba argumentando su tesis, iba ganando seguridad y soltura en su discurso; y cuando más tarde concluyó su soliloquio, el auditorio en pleno estalló en fuertes aplausos.

    - Maravillosa exposición del profesor Dupain – apreció Elbur Wright, que había tomado de nuevo la palabra, cuando volvió a hacerse el silencio-. Ahora daremos paso a la ronda de preguntas.

    La primera de ellas la formuló un joven universitario, que se dirigió al científico francés con reverencia:

    - Profesor Dupain, quizás no le haya entendido bien, ¿pero ha utilizado el término “Fusión”?

    - Sí, lo he hecho. La energía de Fusión sería, como su propio nombre indica, el resultado de fusionar dos núcleos atómicos ligeros, para formar un núcleo único más pesado; liberándose gran cantidad de energía en el proceso. Se trataría del mecanismo inverso a la actual energía de Fisión – múltiples murmullos, que produjeron un efecto semejante al zumbido de cientos de abejas, llenaron la sala.

    - ¿Y qué ventajas tendría esta nueva forma de obtener energía nuclear? - preguntó en voz alta otro de los asistentes, por encima del continuo murmullo.

    - Hace años, el descubrimiento de la energía de Fisión supuso un avance sin precedentes: el sustituto perfecto para el carbón y el petróleo, un invento que proporcionaría al mundo todo el calor y la energía que necesitase – comenzó a explicar el científico francés -. Al mismo tiempo, era la solución al posible agotamiento de ambos, ya prevista desde un  principio, además del fin de las minas y su peligroso trabajo.

    - No obstante, genera una importante cantidad de residuos radiactivos – continuó el profesor Dupain -, y aquí es donde marca la diferencia la nueva energía de Fusión: una fuente prácticamente inagotable que no produce tales desechos – el sonido de un furioso enjambre volvió a llenar el aire, y el científico tuvo que alzar la voz para hacerse oír:

    - Pero existe un inconveniente: es necesaria una temperatura inconcebiblemente elevada, así como materiales que soporten dicho calor, para dar lugar a una reacción de fusión.

    - ¿Cómo de inconcebible? - se interesó alguien entre el público.

    - Como la temperatura de nuestra estrella, el Sol.

    El murmullo de fondo se volvió ensordecedor. Una mezcla de espanto, incredulidad y asombro. El profesor Dupain levantó ambas manos, implorando así que se mantuviese la calma, y añadió:

    - Científicos de todo el planeta estamos trabajando, codo con codo, para solventar este gran inconveniente. Si lo logramos, no permitiremos que este logro quede en manos de un solo país o de un grupo de ellos, sino que será un presente para toda la Humanidad.

    Sus generosas palabras fueron acogidas con otra salva de fuertes aplausos, que parecía no  terminar nunca. Julián y Berta, al igual que el resto de asistentes, se pusieron en pie y continuaron aplaudiendo hasta dolerles las palmas.

    Sí, aquella era una verdadera revolución científica, coincidió Julián con el profesor Wright. Un descubrimiento que podría ser codiciado por ciertos individuos, a fin de explotarlo por su cuenta y conseguir así una desorbitante fortuna. Un experimento que, de caer en malas manos, podría suponer un peligro a nivel mundial, concluyó para sí mismo con un escalofrío.




    La luz del crepúsculo bañaba el histórico campus cuando, caminando juntos, salieron al exterior. La hierba se notaba ligeramente húmeda bajo sus pies.

    - ¿Dónde vives? - le preguntó Berta.

    - En una casa de huéspedes, cerca de Victoria Station.

    - ¿Quieres que te lleve?

    Julián la miró sin comprender hasta que ella le mostró las llaves de un coche.

    - ¿Sabes conducir? - se sorprendió, y Berta le hizo una divertida mueca:

    - Soy americana, ¿recuerdas?

    Julián le sonrió a modo de disculpa y se dejó guiar por ella hasta el vehículo. Se trataba de un modelo americano, un Chevrolet, de reluciente carrocería marrón y con el volante a la izquierda, por supuesto.

    Antes de que pudiera impedírselo, Berta le abrió la puerta del copiloto, como si de un chófer se tratara, y Julián no pudo menos que reír.

    Le gustaba Berta. Se había convertido en una mujer de naturaleza fuerte e independiente, reflexionó Julián, mientras la observaba conducir con gran seguridad en sí misma. En cierto sentido, le recordaba a Jorge. Pero, al contrario que su prima, su esencia era indudablemente femenina, tanto en sus exquisitas maneras como en su arrolladora belleza.

    De pronto, Julián recordó una cuestión que tenía pendiente con Berta. Lo meditó un segundo y resolvió que eran el momento y lugar indicados: 

    - Berta, hay algo que deseo preguntarte…

    - Dispara – le sonrió ella.

    - ¿Es verdad que el señor Matthews no te permitió asistir a la boda de Dick?

    El rostro de Berta, que claramente no se esperaba aquella pregunta en particular, se ensombreció. Le respondió, sin apartar la vista de la carretera:

    - No se me ocurrió una excusa mejor. No quería herir los sentimientos de Dick.

    - Entonces, ¿por qué no fuiste? Te echamos en falta.

    Berta se mantuvo en silencio durante un instante, sopesando hasta qué punto debía sincerarse con él. Finalmente, le confesó con seriedad:

    - Aprecio mucho a Dick… y no soportaba la idea de verle cometer semejante equivocación.

    Julián arqueó las cejas: aunque conocía de sobra la animadversión que Jo le inspiraba a Berta, no contaba con tal alarde de franqueza. Berta, sin soltar las manos del volante, le miró y le preguntó con decepción:

    - ¿Cómo pudiste permitir que se casara con ella?

    - Yo no soy quién para decirle a Dick con quien debe, o no debe, casarse – le dijo Julián con suavidad.

    - ¡Eres su hermano! - replicó Berta, muy contrariada-. ¿Es que no te importa su felicidad?

    - Berta… la relación entre Dick y Jo es complicada de entender – le explicó con cariño-. Yo mismo me oponía a ella, al principio. Pero sucedió algo… que me hizo comprender que les unía un vínculo extraordinario. Un lazo más allá del simple enamoramiento, imposible de romper. No he visto nada igual, puedes creerme.

    Siete años atrás, Jo, que había ocultado bajo la ropa un chaleco antibalas, había interceptado con su propio cuerpo un disparo dirigido a Dick, salvándole la vida. Aquel acto de extrema valentía había cambiado drásticamente el devenir de los acontecimientos, que podían haberse tornado irreparables. Julián estaría eternamente en deuda con ella.

    Berta permaneció hosca y silenciosa tras escuchar sus palabras: no parecía, ni mucho menos, convencida. Cinco minutos después, paraba el motor frente al cartel que anunciaba “Melita House”.

    - Gracias por el viaje.

    Julián se apeó del coche, cerró la puerta y se agachó para asomarse por la ventana.

    - Hasta mañana, Berta – se despidió con una última sonrisa. El rostro de la joven volvió a iluminarse y le correspondió con otra sonrisa:

    - Hasta mañana, Julián.

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