A Los Cinco nunca les dejaba de sorprender como, por muy peligrosa que resultase ser una aventura, la vida siempre volvía a la normalidad.

    Había pasado una semana desde los acontecimientos ocurridos en Wilton House, pero “Villa Kirrin” aún bullía de excitación. Tío Quintín y tía Fanny habían partido de Dorchester sin más dilación, una vez que el Inspector Wilkins consiguió contactar con ellos. La abuela de Jorge se había recuperado casi por completo, y regresado a su acogedora habitación en el Hogar para Ancianos donde vivía.

    La buena de Juana había retornado también a la casa, pero sólo durante un tiempo: igual que había hecho con Jo al comienzo del verano, ahora enseñaba a la muchacha que la relevaría de su puesto; una agradable y regordeta jovencita que respondía al nombre de Verity. Jo no sólo tenía prescrito reposo por orden médica, sino que había decidido terminar sus estudios elementales. Dicha decisión, por supuesto, había sido el resultado de la cariñosa insistencia de Dick.

    Poco después de la irrupción de Jorge, Ana y Tím; Jo había sido llevada en ambulancia hasta el hospital de Beckton, la ciudad más cercana. Allí había sido hospitalizada para diversos exámenes y pruebas médicas, que confirmaron que la joven, milagrosamente, no había sufrido daño alguno. Una vez fue dada de alta, suplicó volver a Kirrin con los demás. A pesar de la reticencia de su madre adoptiva, que no quería separarse de ella ni a sol ni a sombra, Jo vio cumplido su deseo. Al fin y al cabo, todos estaban de acuerdo en que era lo mínimo que se merecía.

    Por si la casa no estuviera ya suficientemente llena, el Inspector Wilkins y sus hombres seguían visitándoles para recabar pruebas, interrogarles y redactar sus informes.

    - ¿Otra vez aquí? ¡Pero qué es lo que quieren ahora! –exclamó tío Quintín aquella mañana, sumamente irritado, cuando su esposa invitó a los policías a entrar en el despacho-. ¿Es que no pueden dejarme trabajar en paz?

    - ¡Quintín! –le regañó tía Fanny, acongojada: el mismo día anterior, su marido había acabado perdiendo la poca paciencia que tenía y echado a los agentes con cajas destempladas.

    - Siento mucho volver a molestarle, Profesor –se excusó el Inspector con buen humor-. Pero necesitamos hacerle un par de preguntas más…

    Aunque Dennis, Miles y el resto de compinches se habían dado a la fuga justo a tiempo; la Fortuna había querido que, corriendo más de la cuenta por una de las estrechísimas carreteras rurales de la zona, el coche se precipitara por un terraplén hasta un lodazal, donde quedó varado. Y allí les había encontrado la Policía, con más de un brazo y pierna rotos, y sin poder abandonar el vehículo; de tan hundido que estaba en el fango.

    - ¡Qué bonita redada! –había expresado el Inspector Wilkins, triunfante, cuando el coche fue extraído con ayuda de una grúa, y los criminales debidamente esposados-. ¡Y mirad a quién tenemos aquí! Unos viejos conocidos, Dennis Finch y Milles Spencer… ¿Cómo estás, Dennis? ¿Y tú, Miles? ¡Y yo que os tenía por ladrones de poca monta! Mis más sinceras disculpas… -el Inspector se estaba divirtiendo de lo lindo.

    Asimismo, los documentos de tío Quintín fueron rescatados del coche: cuando se los devolvieron, los arrulló contra su pecho, como si en lugar de un grueso fajo de papeles, se tratara de un recién nacido.

    Morózov fue trasladado a Londres, a las oficinas centrales del MI6, la Agencia de Inteligencia Británica. Quien sí ingresó en prisión fue Rogers, que fue enviado a la pequeña cárcel del condado, a la espera de juicio. Tal y como le había prometido, el Inspector Wilkins habló en privado con su amigo el fiscal.

    Cuando, para alivio de tío Quintín, el Inspector y sus hombres abandonaron el despacho, Julián se acercó al viejo policía:

    - Señor, si puedo serle de ayuda en algo más, no dude en decírmelo. Estoy a su entera disposición.

    - Muchas gracias, hijo. Pero creo que ya lo tenemos todo.

    Julián asintió con gravedad.

    - Siempre has sido un buen chico, Julián –comentó el Inspector Wilkins, y se quedó pensativo. Entonces, le propuso con gran solemnidad:

    - Necesitamos hombres como tú: inteligentes y resolutivos, sí… pero, sobre todo, tremendamente decentes. Dime, Julián, ¿estarías interesado en enrolarte en la Policía?

    Julián abrió mucho los ojos, cogido por sorpresa… y de repente se vio transportado en el tiempo a sus quince años, a un lugar llamado Owl´s Dene, en Owl´s Hill. Donde otro inspector de policía le había dedicado unas palabras parecidas.

    - ¿Sabe? No se lo va a creer, pero no es la primera vez que me proponen tal cosa… -repuso Julián, sonriendo para sí mismo.

    - ¿De veras? –se interesó el Inspector Wilkins-. Entonces, ¿qué me respondes?

    - Lo mismo que la última vez  –el Inspector esperó, expectante. Julián continuó, sin perder la sonrisa-: Pregúntemelo de nuevo, dentro de unos años.

    El Inspector sonrío a su vez, y le estrechó firmemente la mano.  

    Mientras tanto, en la sala de estar, Jorge se hallaba sobre el asiento de la ventana. Tím dormitaba con la cabeza sobre su regazo, soñando que perseguía cientos de conejos.

    Junto a la mesita, Ana hablaba por teléfono, presumiblemente con Hetty Johns, su mejor amiga de Gaylands. Sostenía el aparato con una mano y sujetaba el auricular contra su oreja con la otra, riendo tontamente de tanto en cuando. Jorge, que suponía que estarían parloteando sobre algún chico, apartó la mirada con desdeño.

    Sus ojos fueron a parar así a la ventana, que daba al jardín: allí, con los zapatos en la mano y completamente descalza, Jo caminaba sobre la verde hierba cogida de la cintura de Dick. El muchacho, por su parte, rodeaba sus hombros con el brazo: parecía no estar realmente atento a la charla incesante de Jo, a juzgar por su expresión ensoñadora, sino sólo contemplándola; embebido de adoración.  Jorge apartó de nuevo la mirada, sintiendo una honda pero imprecisa tristeza, que no habría sabido definir.

    Notó como una mano se posaba en su hombro, y le daba un cariñoso apretón.

    - Ju –dijo Jorge simplemente, al levantar la cabeza.

    Julián tomó asiento junto a ella, acariciando el lomo de Tím: el perro sonrió en sueños, dejando colgar la lengua entre los dientes.

    - ¿Qué es lo que te preocupa, vieja amiga? –le preguntó él con suavidad. Había algo reconfortante en los pardos y serenos ojos de Julián, cuando te asomabas a ellos.

    Jorge guardó silencio un instante, luchando por encontrar las palabras. Finalmente, murmuró:

    - El cambio.

    Julián asintió, comprensivo. Eligiendo con cuidado sus propias palabras, le dijo:

    - El cambio es parte de la vida… y por tanto, inevitable. Pero, la mayor parte de las veces, los cambios son para bien.

    Jorge, sin embargo, meneó la cabeza. Sentía un tremendo nudo en la garganta. Replicó con voz temblorosa:

    - No en nuestro caso...ya nada volverá a ser como antes. Ya, nunca más, seremos nosotros Cinco… Ahora somos seis –concluyó volviendo a mirar a través del cristal.

    Dick y Jo se habían sentado con las piernas cruzadas sobre la hierba, ella con la falda desplegada sobre las rodillas. Se reían y se miraban con ternura. Dick enredó los dedos en sus rizos y la atrajo hacia sí, para besarla. Jorge miró a Julián, mortificada.

    Julián sonrió a su prima, infundiéndole ánimos. Después, cogió una de sus manos entre las suyas, y le dijo:

    - Mi querida Jorge… Sí, nos hacemos mayores. Y, quizás más pronto de lo que pensamos, seamos incluso más de seis. Pero no importa el tiempo, ni lo que la vida nos depare. Porque, pase lo que pase, seremos nosotros Cinco… siempre.


FIN



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