- ¡Jorge, llaman a la puerta! ¿Puedes abrir tú, por favor?

    Al no recibir acuse de recibo, Ana suspiró y fue ella misma a atender la puerta:

    - ¡Oh!... Buenos días, Sargento Rogers –saludó la muchacha, tímida, pero sonriéndole con toda su alma: no se lo había confesado a los otros, pues se habrían burlado despiadadamente de ella, pero se sentía atraída por el apuesto y joven policía.

    - Buenos días, Ana –le devolvió éste el saludo, haciendo gala de una cautivadora sonrisa-. ¿Está Julián en casa?

    - Ahora mismo no, aunque no creo que tarde en volver. Puede esperarle dentro, si usted quiere –le ofreció ella, y sus ojos brillaron cuando el policía aceptó.

    Le condujo hasta la sala de estar y, como la gran anfitriona que era, le recogió el sombrero y la gabardina, le invitó a acomodarse en el sofá y le preguntó, solícita:

    - ¿Le gustaría una taza de té? Una amiga de tía Fanny nos ha enviado una exótica variedad desde La India. ¡Puedo prepararle una, si lo desea!

    - Eres muy amable, Ana: sí, suena perfecto. Muchas gracias –y le dedicó una nueva y seductora sonrisa, que provocó que a la tierna jovencita le flaquearan las piernas: ¡qué guapo era!

    Ana abandonó la habitación y corrió al despacho de tío Quintín: la hermosa cajita de motivos hindúes, dentro de la cual estaba el té, había sido colocada allí como elemente decorativo.

    Mientras tanto, su prima Jorge estaba buscándola:

    - ¡Ana! ¿Dónde te has metido? –oyó ruido en la salita y se dirigió hacia ese lugar, lamentándose en voz alta-: ¡Ojalá nunca le hubiera dicho a Julián que se llevase a Tím! No soporto estar separada de él… ¡es como si me faltara un brazo! Menuda idea tan estupenda tuve… -iba refunfuñando cuando entró en la habitación.

    Jorge paró en seco, sorprendida, al encontrarse al Sargento Rogers sentado en el sofá. Sin embargo, parecía que infinitamente más sorprendido había quedado él, porque se puso en pie y exclamó:

    - ¡TÚ!

    - ¿Cómo…? –barbotó ella, asustada, pues el hermoso rostro del policía se había transformado en una horrible mueca.

    - ¿CÓMO HAS CONSEGUIDO ESCAPAR? –y acto seguido saltó hacia ella, como un león hambriento sobre una indefensa gacela.

    Jorge chilló despavorida y volcó a propósito una silla, haciendo tropezar a Rogers, que rodó por el suelo. La muchacha aprovechó aquel instante de ventaja para huir.

    La dorada cabeza de Ana asomó por la puerta del despacho, alertada por los gritos; pero antes de que pudiese abrir la boca, Jorge se le echó encima, empujándola dentro. A continuación, frenética, cerró la puerta y dio la vuelta a la llave.

    - ¡Jorge…! –empezó Ana, pero Jorge la interrumpió, gritando:

    - ¡ES ROGERS! ¡ES UNO DE ELLOS!

    Al segundo siguiente, desde el otro lado, alguien agitaba violentamente el pomo, intentando entrar. Rogers aulló:

    - ¡ÁBREME AHORA MISMO!

    Ana, aterrorizada, comenzó a llorar. Jorge, sin piedad, la mandó callar:

    - ¡CÁLLATE! ¡Ayúdame a mover el escritorio de mi padre, nos servirá de barricada! ¡VAMOS!

    Las dos chicas intentaron, con todas sus fuerzas, mover el macizo escritorio, pero apenas consiguieron desplazarlo unas pulgadas. Rogers, que no se había mantenido ocioso, seguía aporreando la puerta, sin cesar de amenazarlas.

    -¡Es inútil! –se rindió Jorge, que había entrado también en pánico. Levantó la cabeza, buscando desesperada otro mueble grande y pesado. Por fin, señaló a Ana la estantería-: ¡Ana, la estantería! ¡Tenemos que volcarla!

    Las muchachas corrieron hacia allí y entre las dos empujaron: la estantería se tambaleó hasta que, con gran estruendo, chocó contra el suelo, bloqueando la puerta. Enseguida, el sonido de una docena de instrumentos de cristal haciéndose mil añicos, les perforó los oídos.

    Se hizo el silencio… y entonces Rogers tronó desde el pasillo:

    - ¿QUÉ DIABLOS ESTÁIS HACIENDO? –y empezó a placar la puerta con el hombro, dispuesto a derribarla.

    Ana lloraba a lágrima viva, histérica, y Jorge, muerta de miedo, estaba a punto de unirse a ella… ¡Rogers, más tarde o más temprano, acabaría abriendo la puerta! Encerradas en el despacho de su padre, no podían pedir ayuda, ni tampoco escapar de la habitación: la única otra salida era la ventana, que estaba protegida por pequeñas rejas… Jorge hizo un esfuerzo sobrehumano por pensar en algo, pero tenía el cerebro paralizado de terror.

    Parecía que todo estaba perdido, cuando, de pronto…

    - ¡Ana! ¡Ya lo tengo! –le susurró Jorge agarrándola por el brazo-: ¡El Pasadizo Secreto! ¡El que lleva hasta la Granja Kirrin! –y Ana ahogó una exclamación.

    Ambas corrieron ahora hasta la chimenea, encima de la cual estaban los ocho paneles de madera, en dos filas de cuatro.

     - ¡Corre, Jorge, golpea el que abre el pasadizo! –la apremió Ana entre sollozos.

    ¡Pero Jorge no recordaba cuál de ellos era! Probó suerte con el primero de la hilera superior… pero nada ocurrió. Se disponía a golpear el segundo, cuando un ruido ensordecedor, e imposible de no reconocer, llenó el aire… Las dos chicas se abrazaron la una a la otra, mudas de horror: ¡Rogers estaba reventando la cerradura a balazos!

    Jorge, sin miramientos, se desprendió de los brazos de Ana y golpeó el siguiente recuadro… y esta vez sí, el panel se desplazó sobre sí mismo, mostrando una palanca: Jorge tiró inmediatamente de ella. Un inefable ruido bajo sus pies le confirmó que había funcionado: el pasadizo se estaba abriendo.

    Ambas muchachas se echaron al suelo de rodillas, y Jorge apartó la alfombra de un tirón, descubriendo así la entrada al túnel: ¡estaban salvadas!

    - ¡Adentro, Ana, DEPRISA! –le ordenó Jorge. Rogers, que había conseguido destrozar la cerradura con sus disparos, volvía a embestir la puerta. Por fortuna, la estantería aún resistía.

    Temblando de la cabeza a los pies, la llorosa Ana se introdujo en la oscura cavidad. Y Jorge se disponía a seguirla… cuando el sonido de la estantería cayendo hacia delante, la previno que Rogers, finalmente, había logrado su objetivo. Jorge, apresuradamente, volvió a extender la alfombra, ocultando el espacio por donde Ana había desaparecido, justo a tiempo de evitar que Rogers lo descubriera.

    Rogers, que había vaciado de balas el tambor del revólver, al hacer saltar la cerradura, jadeaba entre dientes. Señaló a Jorge con el dedo:

    - ¡ME LAS VAS A PAGAR!

    Jorge corrió a refugiarse tras el escritorio, y el policía no tardó en ir tras ella. La muchacha, a la desesperada, agarró el tintero de su padre y se lo lanzó, acertándole en la cabeza: Rogers gritó de dolor. El tintero se abrió con el impacto y le embadurnó la cara de azul. Aquello había sido una mala idea, pensó Jorge aterrada, viendo como el policía chillaba, pues la tinta le había entrado en los ojos.

    En efecto… ¡ahora estaba completamente furioso! Con un alarido persiguió a Jorge alrededor de la mesa, como un par de chiquillos jugando.

    Entonces Jorge, inoportunamente, trastabilló… Rogers alargó ambos brazos y la apresó por el cuello: la muchacha chilló justo antes de empezar a faltarle el aire.

    - ¡SUÉLTALA, MALVADO!

    Ana, con suma dificultad, había escalado el agujero donde se había escondido, ¡y ahora se había colgado del cuello de Rogers, por la espalda, y hacia fuerza con el peso de su cuerpo para obligarle a soltar a su prima!

    Pero el policía era demasiado alto y fuerte, y estaba demasiado enloquecido, para ser reducido por la pequeña Ana… Y todo habría acabado en tragedia si, de pronto, ¡dos feroces mandíbulas no se hubiesen cerrado como un cepo, en torno a su pantorrilla!

    - ¡AAARGH!

    Jorge, cuya cara estaba ya de color púrpura, tomó una gran bocanada de aire cuando aquellas garras la soltaron, y se desplomó… Notó como alguien la sostenía a tiempo: era Julián.

    - ¡Ju! –susurró sin apenas voz, y para su enorme vergüenza, se echó a llorar. Su primo la abrazó fuertemente.

    Julián, además, había traído refuerzos: el Inspector Wilkins y dos policías más apuntaban a Rogers con sus armas. Este último se retorcía sobre la alfombra, luchando sin éxito por soltarse de Tím, que lanzaba mordiscos a diestro y siniestro.

    - ¡Quitádmelo! ¡Quitádmelo de encima! ¡ME VA A MATAR! –gemía.

    Pero ninguno de sus compañeros se atrevía a interceder por él: ¡Tím estaba realmente rabioso!

    - ¡Tím, suéltale ya! –le llamó Jorge débilmente. El animal, al instante, dejó escapar a Rogers, apenado: ¡con lo que se estaba divirtiendo! ¡Nadie maltrataba a su amada Jorge en su presencia! Y si lo hacía, ¡se exponía a recibir su merecido! Antes de correr junto a Jorge, le pegó un último bocado a Rogers, de propina.

    Jorge se abrazó, con todas sus ganas, a su fiel perro, y él la empapó entera de lametones, feliz de encontrarse de nuevo a su lado. Al mismo tiempo, Rogers, maltrecho, era ayudado a ponerse en pie y esposado.

    Ana, que se había descolgado del espía nada más entrar Tím en escena, corría ahora a buscar consuelo en los brazos de Julián. Al abrazarse a él, temblando, rompió a llorar una vez más. Su hermano mayor la apretó contra sí, conteniendo a duras penas la emoción.

    - Calma, pequeña, ya estás a salvo –la reconfortó con dulzura. Y le acarició la cabeza, susurrándole-: Mi ratoncito, que puede convertirse en tigre.

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