Aquella mañana, en contra de su costumbre, Dick fue el primero en despertarse. Salió de la cama de un alegre salto, se vistió lo más deprisa posible, se despejó lavándose la cara con abundante agua, se peinó y bajó a la cocina; todo ello en escasos minutos.

    Paró en seco al llegar y constatar que Jo no se encontraba allí.

    Se extrañó de que la muchacha no hubiera bajado aún a poner la casa en funcionamiento, ¿quizás se había quedado dormida?, se preguntó, aunque le parecía improbable. Con cierto desasosiego, dio media vuelta y subió al ático.

    Su mal presentimiento se confirmó al abrir la puerta, tras no recibir respuesta a su llamada, y descubrir la humilde estancia vacía y solitaria. Sobre el colchón desnudo aparecía la ropa de cama doblada, y los objetos personales de Jo habían desaparecido, incluidas sus prendas de vestir.

    Dick se sentía como si acabasen de tirarle por encima un jarro de agua helada… ¡Se había ido! ¡Jo se había ido después de todo, y sin tan siquiera despedirse de él! La angustia por no volver a verla, y el sentimiento de traición, le abrumaban.

    Finalmente, el necesitarla pudo más que el despecho, y bajó corriendo todos los pisos de la casa. Abandonó “Villa Kirrin” y acudió a buscarla a la parada del autobús provincial, sin parar a tomar aliento ni un segundo.

    Pero Jo tampoco estaba allí. Obligándose a sí mismo a no perder la esperanza, el muchacho corrió entonces en dirección opuesta, hacia la playa: quizás se la encontraría sentada en la arena, cerca de la orilla; como aquella noche que parecía ya tan lejana.

    Mientras tanto, sus hermanos y su prima también se habían levantado para empezar un nuevo día. Ana estaba preparando café y tostadas cuando Julián entró dándole los buenos días.

    - Buenos días, Ju –respondió ella con una sonrisa.

    - ¿Has visto a Dick? –le preguntó su hermano mayor. No le había entusiasmado el abrir los ojos y no verle en su cama. Si había algo impropio de Dick, era el madrugar.

    - No… Creí que aún estaría durmiendo –repuso Ana sorprendida, por el mismo motivo. Julián no dijo nada, pero la inquietud creía en su interior.

    Unos minutos después, se oyó la puerta principal abrirse. Julián levantó la vista al instante.

    Sin embargo no era Dick quien regresaba, sino Jorge y Tím de su paseo matutino. Su prima traía un sobre en la mano, que tendió a Julián:

    - He encontrado esto en el recibidor, Ju: pone tu nombre. Parece la letra de Jo.

    Julián rasgó el sobre y desplegó la carta, leyéndola en silencio. Jorge y Ana le observaban curiosas y expectantes. Cuando por fin el joven apartó los ojos del papel, suspiró y confirmó:

    - Sí, es de Jo: ha vuelto a su casa.

    - ¿Se ha marchado? ¿Sin despedirse? –dijo Ana, tristemente sorprendida.

    - ¡Qué grosera! –apostilló Jorge con rudeza.

    Julián se guardó el sobre en el bolsillo interior de la chaqueta, y no hizo más comentarios. Jorge, sin darle mayor importancia al asunto, se acercó a los fogones para servirse el desayuno. Ana, en cambio, miraba fijamente a su hermano, intuyendo que algo no marchaba bien. Le preguntó:

    - ¿Qué ocurre, Julián? ¿Dice algo más la carta? ¿Explica por qué se ha ido sin decir adiós?

    - No, no lo dice… pero no hace falta: se ha marchado porque yo se lo pedí.

    Jorge, que hambrienta había empezado a dar buena cuenta de su plato, dejó caer el tenedor en él:

    - ¿Qué quieres decir con: “yo se lo pedí”? Iba a marcharse de todos modos, ella misma nos lo dijo.

    - Cambió de opinión en el último momento. Pero le dije que, igualmente, debía marcharse.

    - ¿Por qué? –le preguntó Ana extrañada.

    Julián decidió entonces contarles la verdad:

    - Anoche sorprendí a Dick y a Jo en la cocina.

    - ¿Qué les sorprendiste? –repitió Jorge con ingenuidad. Pero enseguida comprendió el significado de sus palabras, y enrojeció levemente-: Oh, vaya…

    A Ana se le escapó una risita, divertida por el azoramiento de su prima. Julián, no obstante, miró con gravedad a su hermana, dándole a entender que aquello no tenía la menor gracia. Continuó diciendo:

    - Yo les vi, pero ellos a mí no. Más tarde subí a hablar con Jo. Le hice comprender lo erróneo de su conducta y las consecuencias que traería. Le pedí que regresara a Greyton y que se alejase de Dick. Ella se negaba a esto último, por supuesto, pero ha debido de entrar en razón…

    Julián calló al apreciar que Jorge miraba más allá de él, hacia la puerta del recibidor, y su expresión se trocaba en una de circunstancias. Julián no necesitó mirar él mismo para saber que Dick había llegado a tiempo de escuchar su discurso. Oyó la voz de su hermano a su espalda:

    - La has echado…

    Finalmente, Julián se giró.

    La cara de Dick se había tornado blanca como la de un fantasma, y miraba a su hermano a medio camino entre el horror y la incredulidad.

    - No, Dick –rechazó Julián-, únicamente le pedí que cumpliera lo acordado, ya que era lo mejor.

    - ¿Lo mejor? ¡Lo mejor para quién! –exclamó Dick llevándose las manos a la cabeza, sin apenas creer lo que oía.

    - ¡Lo mejor para todos! –exclamó a su vez Julián poniéndose en pie-. ¿Acaso te das cuenta de la situación en la que me habéis puesto, Jo y tú? No me enorgullezco de lo que he hecho, créeme; pero no me habéis dejado otra opción.

    - ¡Por qué! ¿Por qué no podías dejarnos tranquilos? –gimió Dick amargamente.

    - ¡Porque está mal! –replicó Julián con severidad-. ¡Y tú estás tan cegado por tus sentimientos que ni siquiera eres capaz de verlo! Ella no es como nosotros… Hay puentes que, sencillamente, no se deben cruzar.

    - ¿Le dijiste eso? ¿Qué no era lo suficientemente buena para alguien como yo? –le preguntó Dick, horrorizado. Y al ver que su hermano no lo desmentía-: ¡La heriste! ¡Cómo has podido hacer algo así!

    - Te repito que hice lo que debía, Dick. Y te aseguro que, con ello, le he hecho más bien que tú.

    - ¡Oh, sí, por supuesto! ¡La pusiste en su sitio! ¡Bravo! –estalló Dick con sorna.

    - ¡Ya basta! –intervino Ana de pronto, desesperada-. Vamos a sentarnos y discutirlo tranquilamente con una buena taza de té… ¡Por favor! –terminó suplicando. Tenía una fe ciega en aquella costumbre británica.

    - ¡NO QUIERO UNA MALDITA TAZA DE TÉ! –bramó Dick fuera de sí. Los otros jamás le habían visto en un estado parecido.

    - ¡Haz el favor de calmarte! –le ordenó Julián, que sentía su paciencia consumirse.

    Tím, que hasta entonces había estado dando vueltas alrededor de Jorge, gruñendo y en tensión, empezó a ladrar, ya demasiado nervioso para contenerse. Jorge le agarró por el collar y le sacó al jardín, encerrándole allí fuera. El animal se puso a arañar la puerta, reclamando la entrada.

    - Te lo aviso, Julián, no te atrevas a darme órdenes… No después de lo que has hecho -le reconvino Dick fríamente.

    Julián, ante aquella sutil amenaza, respondió con desdén:

    - Al final, la misma Jo ha demostrado tener más sentido común que tú… Cuando la conocimos era una niña analfabeta criada en un circo, que malvivía con su padre, que la maltrataba, en una caravana destartalada. Una niña que delinquía para sobrevivir y mentía más que hablaba. Y ahora, aunque tenga una nueva vida, no deja de ser una muchacha medio salvaje, sin apenas educación y con un padre en la cárcel. ¿Qué clase de futuro crees que tendrías con una persona así? Eso, suponiendo que todo esto no sea una locura pasajera: en el fondo, sigues siendo el mismo niño caprichoso e irresponsable de siempre…

    No pudo continuar porque, sin previo aviso, Dick lanzó su puño derecho contra él, con todas sus fuerzas, alcanzándole debajo del ojo. Julián, totalmente desprevenido, se cayó sobre la mesa de la cocina.

    - ¡BASTA! –gritó Ana, justo antes de taparse el rostro con las manos y estallar en desconsolado llanto.

    Jorge, que había sido la única en intuir sus intenciones, se había lanzado demasiado tarde sobre su primo, para intentar detenerle:

    - ¡DICK, NO!

    Julián se levantó con dificultad, palpándose el pómulo: este se le estaba amoratando rápidamente. Luego miró a Dick como si no le reconociera, y muy pausadamente le dijo:

    - Eres… un… estúpido. 

    Dick, que se había hecho daño al golpear a Julián, se llevó los nudillos a los labios, para aliviarse. Sentía la sangre cabalgar en sus oídos, ensordeciéndole. Como si viniera de muy lejos, le llegaba el llanto de Ana.

    Levantó la vista y miró en rededor: Jorge se había acercado a Julián e inspeccionaba con cuidado la mitad izquierda de su cara, que se había hinchado de forma considerable. Ana, que no podía parar de llorar, temblaba con las manos aún cubriéndole el rostro. Desde el lado del jardín, Tím rascaba la puerta con sus patas y ladraba sin cesar.

    De pronto, Dick fue terriblemente consciente de lo que había hecho y se sintió enfermo… Sin dar explicaciones, abandonó la cocina.

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