Cuando Jorge, junto con Tím, entró en el salón, se quedó muda de asombro. Su madre había decorado la estancia con alegres guirnaldas de cumpleaños y jarrones con flores frescas, que llenaban el aire con su fragancia. Había, además, tapado el mueble bar de su padre con un fino mantel blanco, y colocado encima una gran fuente de ponche. Sus primos Julián y Dick se encontraban allí, sirviéndose la deliciosa bebida.

    - ¡No te eches tanto! –regañaba Julián en ese momento a su hermano-. ¿Qué pretendes, emborracharte?

    Dick, que ya había dado un sorbo a su vaso, protestó:

    - ¡No seas tan mojigato, Julián! Sería imposible emborracharse con este ponche… ni aunque me bebiera la fuente entera. Está muy suave. Es completamente apto para buenos chicos como nosotros –comentó con una mueca burlona. Y luego, para sí mismo, murmuró sin que le oyera Julián-: He bebido cosas mucho más fuertes en el internado…

    - No os lo bebáis todo –se hizo notar Jorge, sonriente. Los dos muchachos levantaron la mirada, al escuchar su voz-. ¡Dejad algo para las damas!

    Julián, que vestía un sencillo pero elegante traje, camisa blanca y corbata color vino, repuso sonriendo a su prima:

    - Es la primera vez que te oigo llamarte a ti misma “dama”… Estás guapísima, querida Jorge –añadió con sinceridad.

    Y tenía razón, lo estaba. Para complacer a su madre, que tantas molestias se había tomado celebrando su cumpleaños, Jorge había hecho un generoso sacrificio: se había puesto un vestido. Era de color castaño y camisa abotonada, y la caída de la falda favorecía su figura.

    - Sí que lo estás –confirmó Dick las palabras de Julián-: Eres el chico disfrazado de mujer más guapo que he visto en mi vida.

    Jorge se ruborizó, halagada sin poder evitarlo, y se echó a reír. Dio a su primo un amistoso empujón, replicando:

    - ¡Serás tonto! Aunque tú tampoco estás mal.

    Ciertamente, Dick estaba muy atractivo. Vestía, al igual que Julián, pantalón de traje y, al contrario que su hermano, un fino jersey gris. Había elegido una camisa verde oscura y una corbata del mismo color, que hacían juego con sus ojos. Además, por una vez, había conseguido domar su cabello, cortado a la moda de aquel año 1955.

    Tím ladró con fuerza en ese momento, reclamando atención.

    - Perdóname, Tím, qué desconsiderado soy…  ¡Tú también estás arrebatador! –aseguró Dick, provocando las risas de Jorge y Julián. Éste último preguntó:

    - ¿Dónde está Ana?

    Jorge resopló despectivamente y contestó irritada:

    - Arriba… ¡arreglando a Jo!

    Justo después de esta sorprendente afirmación, los tres oyeron la voces de Ana y Jo, que bajaban las escaleras. Salieron a su encuentro…  y quedaron, sencillamente, boquiabiertos.

    Ana, como no podía ser de otro modo, estaba muy hermosa con su vestido de tul, que parecía flotar a su alrededor. Su largo cabello caía suelto por la espalda, sujeto por una diadema de raso negro, y había realzado sus labios con un toque de carmín. Mientras bajaba los escalones, desanudaba el pañuelo que Jo llevaba al cuello.

    - ¡Jo! Hazme caso… Estás mucho mejor sin él –insistía ante sus protestas.

    Apenas podían reconocer a Jo… ¡estaba bellísima! Lucía un vestido rojo con falda de vuelo, que dejaba los hombros al descubierto y se ajustaba a su delgado talle. Ana había cepillado con infinito cuidado su rizado y corto cabello, y dado el mismo toque de carmín a sus labios. Los pequeños aretes en las orejas, el fogoso vestido y su piel tan morena le daban el aspecto de una hermosa gitana.

    Jo, que no estaba acostumbrada a aquellos zapatos, propiedad de Ana al igual que el vestido, trastabilló y perdió el equilibrio, agarrándose al pasamano para no caerse.

    - ¡Cuidado! –exclamó Julián alarmado, y la cogió del brazo, ayudándola a bajar el par de escalones que restaban.

    - ¡Caramba, Jo! Estás increíble –no pudo evitar exclamar Jorge, con atónita admiración.

    Dick, en cambio, se mantenía en silencio, demasiado abrumado por la belleza de Jo para articular palabra. Se contentó con mirarla intensamente, sin apenas pestañear.

    Julián les indicó que le siguieran al salón, con Tím a su lado balanceando felizmente la cola. Jo se rezagó un poco, avergonzada e incómoda dentro de aquel vestido. Dick, que era el último de la comitiva, sintió por fin desatársele la lengua y le susurró en el oído:

    - Estás preciosa, Cenicienta.

    Jo se sobresaltó al sentir su cálido aliento en la oreja y le miró sin comprender. No conocía el cuento de hadas, por lo que no entendió el doble significado de sus palabras.

    Dick, ante la inocente y extrañada mirada de la muchacha, se sintió enternecer más allá de lo que podía expresar. Sin detenerse a pensar, besó a Jo en la mejilla. Fue apenas un roce, que duró un segundo, pero sintió cómo la chica se estremecía, de tan inesperado. Entonces, sin mirarla a los ojos, Dick pasó de largo y se reunió con sus compañeros, dejándola sola y anonadada.

    Jo volvió en sí, con un respingo, cuando llamaron fuertemente a la puerta. Acudió a abrirla: eran Elbur Wright y su hija Berta.

    - ¡Buenas noches! –saludó alegremente el americano, con su ruidosa voz, entregándole su sombrero y su chaqueta.

    Berta contempló a Jo con incredulidad, con los ojos tan abiertos que rayaba en lo descortés, y le entregó su propia chaqueta. Jo colgó en el perchero aquellas prendas, mientras escuchaba las exclamaciones de bienvenida que llegaban del salón.

    Los Cinco recibieron con alegría a Berta, que como las otras tres chicas, brillaba con luz propia.

    - ¡Oh, Berta! ¡Qué vestido más bonito! –exclamó Ana, extasiada, mientras la chica americana giraba sobre sus talones, haciendo volar la falda.

    ¡Parecía una estrella de cine! Su vestido debía haber costado una fortuna y calzaba zapatos de tacón. Se había recogido el pelo y, además, maquillado. Aquella imagen, en conjunto, le hacía parecer más una mujer que la muchacha que realmente era. Julián la observaba con fría decepción y un rictus de severidad en los labios.

    En aquel instante, el sonido del gong retumbó anunciando la cena. Charlando y riendo, acudieron al comedor. Los chicos ahogaron una exclamación al contemplar la mesa, que había sido exquisitamente engalanada: mantel de lino, cubertería de plata, copas de cristal, vajilla de porcelana y un par de candelabros. Sobre estos, la luz de las velas les lanzaba alegres guiños. Un enorme pavo relleno en el centro completaba la ensoñadora visión.

    - ¡Pero Madre! –exclamó Jorge, medio escandalizada ante semejante despliegue-. ¡Es una cena digna del día de Navidad!

    - ¡Es aún mejor! –afirmó Dick plenamente convencido.

    Tía Fanny, que aún sostenía el mazo con el que había golpeado el disco metálico, les sonrió cálidamente:

    -Me alegra que os guste –y ordenó-: Ahora sentaos, antes de que todo se enfríe.

    No tuvo que repetirlo dos veces: Jorge, sus tres primos y Berta tomaron asiento. Tío Quintín estaba ya sentado a la cabecera mirando al infinito, perdido en sus pensamientos, como le ocurría a menudo. Elbur Wright ayudó a su hija a acomodarse. Mientras lo hacía, la muchacha le susurró:

    - ¿Has visto ese pavo, Pops? ¡Es más grande que el nuestro de Acción de Gracias!

    El susurro de Berta fue bien audible y el resto de comensales rieron sus palabras.

    Jo, que había acudido también a la llamada del gong, permanecía de pie junto a la puerta, insegura. Tía Fanny se acercó a ella y, cogiéndola gentilmente del brazo, la obligó a sentarse diciendo:

    - Esta noche tú eres una invitada más, querida –y levantando la mirada, explicó a los otros con orgullo-: Esta maravillosa cena se la debemos a Jo, que ha pasado el día de hoy cocinando para todos nosotros.

    Los chicos contemplaron a Jo con genuina admiración y le dieron calurosamente las gracias, haciéndola enrojecer. Tím, por su parte, lamió con cariño una de sus morenas manos, como si hubiera entendido las palabras de tía Fanny.

    Tío Quintín cedió a Julián el honor de trinchar el pavo, y éste se puso manos a la obra. Muy pronto, todos estuvieron masticando a dos carrillos la suculenta carne, bañada en salsa de manzana y acompañada de zanahorias, patatas y cebolla.

    Dick, que estaba sentado frente a Jo, contemplaba a la muchacha, inclinada sobre el plato. Estaba tan indescriptiblemente bonita aquella noche, que Dick, simplemente, no conseguía apartar sus ojos de ella. Jo, hambrienta, estaba concentrada en su cena, ajena a la fascinación que despertaba en el chico.  

    Tras la espléndida cena, Jorge recibió sus regalos de cumpleaños, cuyos envoltorios desgarró con ilusión infantil. Julián le había regalado una correa nueva para sus prismáticos, que tan útiles les habían sido durante sus vacaciones en Faynights. Ana, precisamente, una novela de aventuras. Cuando abrió el regalo de Dick, Jorge se echó inevitablemente a reír: era un cortaplumas.

    - ¡Cuando quieras nos lo apostamos! –le dijo socarrón su primo, guiñándole un ojo. Pero Jorge replicó en el acto, en mitad de sus risas:

    - ¡Eso ni lo sueñes!

    El regalo de su madre lo abrió con temor, sospechando de qué se trataba… y su miedo se confirmó cuando descubrió un vestido nuevo. Berta le había comprado en el pueblo una preciosa pulsera, que cedería a Ana con mucho gusto. ¡Y cuál fue su sorpresa cuando Jo le tendió un pequeño paquete! Que resultó ser una sencilla pero bonita pañoleta.

    - ¡Muchas gracias, Jo! –le agradeció Jorge, emocionada por el destalle. Jo había sido muy generosa, especialmente si se tenía en cuenta el trato, no demasiado amable, que solía tener para con ella-. No tenías de haberte molestado.

    Jo encogió sus delgados hombros e hizo un gesto con la mano, restándole importancia.

    Una vez que la homenajeada hubo desenvuelto todos sus presentes, tía Fanny colocó delante de ella un magnífico pastel de cumpleaños, adornado con diecisiete diminutas velas: Jorge sopló con fuerza y las apagó de un tirón. Le siguió una salva de aplausos y alegres vítores, junto con el largo y estridente silbido de Dick, los ladridos enloquecidos de Tím y las exclamaciones furiosas de tío Quintín imponiendo silencio.

    Más tarde, se encontraban todos juntos en el salón, paladeando sus respectivos vasos de ponche. Cuando Julián tendió el suyo a Jo, la muchacha observó el líquido con suspicacia y lo olfateó con disimulo, antes de vaciarlo de un valiente trago. Al instante siguiente, tosía sin parar.

    - ¡Puaj! ¿Pero qué lleva esto? –preguntó con un grandilocuente gesto de asco. Los ojos le lloriqueaban del esfuerzo de toser y la garganta le quemaba.

    - Aguardiente. ¿Cómo se te ocurre bebértelo de una vez? –le riñó Julián, atónito ante semejante estupidez. 

    Jo alejaba el vaso de sí, como si se tratara de una granada, y hacía exageradas muecas de desagrado: resultaba muy cómica. Dick, mientras tanto, se mordía los labios en un intento por contener la risa; aquella morena personita le divertía mucho más de lo que estaba dispuesto a admitir.

    Tím trotaba de aquí para allá, inquieto por el calor. Una mosca, que revoloteaba por la estancia, pasó junto a su nariz y el perro la atrapó rápidamente. Tío Quintín, a quien la visión de Tím atrapando moscas le ponía siempre furioso, se levantó de un salto del sillón orejero; pero Jorge, que lo había presenciado, llamó presurosa a su perro:

    - ¡Ven aquí, Tím! - cuando el animal llegó junto a ella, susurró a su primo Julián-: Será mejor que nos quitemos de en medio: Padre ya se está poniendo nervioso. Bien sabes lo poco que le gusta tenernos alrededor armando barullo…

    Julián no pudo estar más de acuerdo y los seis jóvenes marcharon a la sala de estar, dejando a los tres adultos conversando tranquilamente en el salón.

    - Pongamos un poco de música –propuso Ana alegremente, y se acercó al tocadiscos. Poco después, el potente chorro de voz de Little Richard, cantando su famosísimo Tutti Frutti, llenaba la habitación.

    El centro de la salita se convirtió así en una improvisada pista de baile. Ana fue la primera en moverse al compás del Rock and Roll, sin un ápice de timidez, y enseguida se le unieron Dick y Jorge. Las dos chicas bailaban entre ellas, riendo felices, mientras Dick lo hacía solo. Julián, arrellanado con comodidad en el sofá, les miraba divertido. Tím, sin embargo, estaba asustado por el fuerte ruido y se había tumbado debajo de la mesa, con las orejas gachas. No entendía cómo su querida Jorge podía disfrutar de aquel horrible sonido… ¡a él no le gustaba ni pizca!

    Berta se les unió también y se emparejó con Ana. Jorge obligó entonces a Julián a levantarse y a participar en la alocada danza. Dick, por su parte, se separó de sus compañeros y se dirigió a Jo, que estaba sentada sobre el mullido asiento de la ventana. Le tendió una mano y, mostrando una gran sonrisa, le preguntó con cariño:

    - ¿Bailas conmigo?

    Jo le miró con sus enormes ojos oscuros y le sonrió a su vez, encantada. Aceptó su mano y se dejó llevar por el muchacho hasta el centro de la habitación.

    Estaba siendo, como tía Fanny les había prometido horas antes, una maravillosa fiesta. Y nada hacía presagiar que, muy pronto, ocurriría algo que arruinaría aquella inolvidable velada…

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