Los días siguientes transcurrieron plácidamente. Jo, bajo la tutela de Juana, aprendía rápido y pronto podría sustituirla plenamente. Bajaba al pueblo a comprar los alimentos o realizar cualquier otro encargo, hacía la colada y ayudaba a Juana con la limpieza de la casa. Además, tenía buena mano en la cocina, pues su madre adoptiva le había enseñado bien, y Juana delegaba cada vez más comidas en ella. Jo se esmeraba particularmente en este aspecto, pues Dick, que tenía buen paladar, elogiaba sus platos y ella siempre había valorado mucho las alabanzas del muchacho. Julián, Jorge y Ana, asistían divertidos a este curioso cortejo.

    - Por fin ha comprendido cuál es el camino para llegar al corazón de Dick… ¡a través de su estómago! –susurró Jorge a Ana una noche, durante la cena. Ana tuvo que cubrirse la boca con la servilleta, para disimular la risa.

    Una semana después de su llegada a Kirrin, Juana concedió a Jo un día libre:

    - ¡Te lo has ganado! –le dijo sonriéndole. Estaba orgullosa de Jo: aquella antaño pilluela maleducada y desobediente, se había convertido, con los años, en una mujercita dispuesta y trabajadora.

    Acto seguido, Juana buscó a Julián, encontrándole en la salita donde tía Fanny atendía a las visitas. El joven hojeaba un libro de Derecho Penal.

    - Señorito Julián –llamó Juana con cierta timidez. Éste levantó la vista-. Le he dado a Jo el día libre, para que descanse. Y me preguntaba si les importaría llevarla con ustedes, para que pueda disfrutar de su compañía.

    - Por supuesto que no nos importa, Juana –respondió Julián, sorprendido por la petición de la cocinera-. Será un placer tener a Jo con nosotros. Es nuestra amiga, al fin y al cabo.

    Así pues, aquel día Los Cinco bajaron a la playa, como tantos otros, pero en esta ocasión los acompañaba Jo, que se sentía a punto de estallar de felicidad.

    Los cinco jóvenes eligieron al azar un lugar en la arena, y se acomodaron en él. Tím ya echaba largas carreras a lo largo y ancho de la playa, persiguiendo a las gaviotas.   

    Ana, con un sombrero de ala ancha, para que ni una sola peca salpicara su rostro, se dispuso a tomar el sol. Aquel verano lucía una nueva prenda de baño conocida como “bikini”, recientemente popular entre las mujeres inglesas, y que dejaba al descubierto el abdomen. Julián desaprobaba abiertamente esta nueva moda, importada de Estados Unidos, y así se lo había hecho saber a su hermana, llegando a prohibírselo. Por una vez en su vida, Ana había discutido con él, llegando a las lágrimas, y Julián había tenido que ceder.

    Jorge anunció que quería nadar algunos largos y se metió en el agua. Dick se puso cómodo y abrió la novela que había bajado consigo. Julián miraba al mar, viendo nadar a su prima en la distancia: Jorge se impulsaba con grandes y enérgicas brazadas, no exentas de elegancia. Era una excelente nadadora, la mejor de todos ellos con diferencia.

    Jo se levantó de un brinco y se unió a Tím en sus carreras. El perro la recibió eufórico, llenándola de lametones y ladrándole a modo de bienvenida. Jo echó a correr, rápida como una liebre, con sus pies descalzos apenas rozando la arena. Tím la persiguió en el acto, encantado con este nuevo juego.

    Dick levantó la vista por encima de su libro, y contempló el “corre-que-te-pillo” de Jo y Tím. La muchacha vestía un sencillo traje de baño, blanco. Aquel color contrastaba fuertemente con su cuerpo oscuro. La prenda se adaptaba a él, embelleciéndolo, y sin dejar lugar a dudas de su condición femenina.

    Cuando Dick finalmente apartó la mirada, ésta se cruzó con la de Julián, que le observaba con el ceño ligeramente fruncido. Dick se sintió enrojecer, al comprender que había mantenido sus ojos puestos en Jo más de la cuenta, y rompiendo el contacto visual con su hermano, fingió volver a sumirse en su lectura.

    Jorge llegó entonces hasta ellos, goteando agua de mar, y cogiendo su toalla se secó, frotando con fuerza. Luego movió violentamente la cabeza, primero a un lado y después al otro, para vaciar sus oídos. Por último, se revolvió con las manos sus empapados rizos, y sonriendo comentó:

    - ¡Está deliciosa! Comamos ya, el agua me ha abierto el apetito.

    Julián accedió y con un gesto llamó la atención de Jo, que regresó, con Tím pisándole los talones.

    Juana les había preparado un surtido de sándwiches de huevo, de pollo con mostaza y de jamón dulce. Había añadido una cerveza de jengibre para cada uno, y ciruelas de postre. Para Tím había guardado un suculento hueso y galletas. El perro olisqueó estas últimas y levantó la nariz, con desagrado: detestaba aquellas galletas perrunas, que la madre de su ama se empeñaba en comprarle.

    Dick se echó a reír y dijo:

    - ¡Eres un snob, Tím! Miradle cómo desprecia las galletas, levantando la nariz con gesto altivo… Ha salido a ti, Jorge –añadió burlón.

    Todos rieron con él, excepto Jorge, que le propinó un golpe en el hombro al guasón de su primo y espetó:

    - ¡No te atrevas a llamarle snob! Es sólo que es demasiado listo para no distinguir esa porquería de las galletas de verdad. ¡Ten, Tím! –añadió lanzándole al perro el hueso, que atrapó alegremente en el aire, entre sus mandíbulas.  

    Mascaron en silencio, dando buena cuenta del almuerzo. Se encontraban comiendo las ciruelas cuando Jo, con ojos brillantes de travesura, se dirigió a Dick:

    - ¿Sabes, Dick? Estaba pensando… en que seguro que aún podría lanzar los huesos mucho más lejos que tú.

    - ¿Acaso me estás retando, pequeña Jo? –replicó Dick, cuyos ojos brillaron también.

    Jo se mordió los labios con deleite, y cogiendo un puñado de ciruelas, se levantó de un salto, a modo de respuesta. Dick cogió otro puñado y también se puso en pie.

    - Oh, ¡no me lo puedo creer! –se quejó Jorge con disgusto.

    Años atrás, Jorge había calificado a Dick de “repugnante”,  por haber aceptado el reto de aquella desconocida niña andrajosa: ver quién escupía más lejos los huesos de ciruela. Su primo, muy diestro en esa clase de juegos, había dado por sentado que ganaría a la niña, y a cambio ésta les dejaría en paz de una vez por todas. Sin embargo, Jo le había ganado por goleada, para asombro y admiración del propio Dick.

    - Bien, ¿qué nos apostamos esta vez? –preguntó Dick a Jo. La muchacha ni se lo pensó:

    - Lo mismo que la última vez: si gano yo -que ganaré- ¡me invitas a un helado!

    - ¿Y si gana él, también lo mismo que la última vez? –preguntó Jorge mordazmente, aludiendo a la antigua promesa de Jo. Julián le dio un codazo, advirtiéndola, y su prima cerró la boca.

    - ¿Y si gano yo? –preguntó Dick, pasando por alto el comentario de Jorge. Jo lo pensó un momento y dijo:

    - Si ganas tú, te haré la cama el resto del verano.

    - ¡Hecho! –aceptó Dick con amplia sonrisa. Ambos extendieron su mano libre, estrechándolas, para sellar el trato. Todos sabían lo rematadamente mal que Dick hacía su cama, a pesar de su buena voluntad.

    El reto dio comienzo y los dos contrincantes mascaban las ciruelas con rapidez, para luego escupir los huesos a la mayor distancia posible.

    - Qué asco –musitó Ana, dándoles la espalda. Jorge, por su parte, observaba ceñuda y cruzada de brazos, mientras que Julián no podía evitar asistir divertido a la competición.

    Una vez más, Jo ganó con amplia ventaja. Se tumbó en la arena, sujetándose los costados, que le dolían de tanto reírse. Dick puso los brazos en jarras, meneó la cabeza con asombro y comentó:

    - Realmente, mujer, ¡te has propuesto humillarme!

    Jo, desde abajo, volvió a reír y negó con dulce entonación:

    -Yo jamás haría tal cosa, Dick.

    El joven esbozó una mueca.

    - ¿Y mi helado? –demandó Jo al instante.

    - Te lo compraré, no te preocupes. Mira… por allí va el hombre con su carrito  –y echando a correr, Dick escaló las rocas hasta llegar al camino y compró seis helados, que con sumo cuidado, transportó mientras volvía a bajar.

    Todos lamieron con placer la fría golosina, incluyendo Tím, que se tragó la suya de un solo bocado, como de costumbre.

    Tras esto, se mudaron al abrigo de las rocas, para disfrutar de su sombra, y echaron una siesta. Despertaron una hora después, somnolientos pero felices. Jorge se desperezó como un gato y propuso:

    - Ya hemos hecho suficiente digestión: ¡démonos un baño!

    Sus compañeros se levantaron con ella y echaron a correr hasta la orilla. Tím hizo lo propio y les adelantó, saltando entre las olas. Sólo Jo se quedó quieta, para luego, lentamente, andar hasta la misma orilla, pero sin adentrarse en el mar.

    Julián, Dick y Jorge se salpicaban unos a otros, mientras Ana lanzaba agudos chillidos al sentir las frías gotas sobre su piel caliente. Se alejó lo más que pudo de ellos. Jorge se tiró cuan larga era sobre Dick, haciéndole caer y tragar litros de agua, mientras su prima se reía. La persiguió a nado pero le fue imposible alcanzarla: Jorge era demasiado rápida sobre el agua, que era su elemento.

    Hicieron señas a Jo, que paseaba, pero la muchacha negó con la cabeza desde lejos. Dick salió a buscarla:

    - Jo, báñate con nosotros. Por favor –añadió cuando ella volvió a negarse. La cogió del brazo pero ella se desasió, con fiereza:

    - ¡Déjame!

    - ¿Qué diablos te ocurre? –preguntó él, sorprendido por su reacción.

    Jo apretó los labios pero no dijo nada. Entonces, una idea rozó el pensamiento de Dick, que preguntó con suave cautela:

    - ¿No sabes nadar?

    La muchacha movió la cabeza, apenada, confirmando sus sospechas. Explicó:

    - Nunca tuve ocasión de aprender.

    - ¡Pero si remas mejor que un pescador! –replicó Dick, que no salía de su asombro-. Te  he visto adentrarte en alta mar, en bote. Tu padre te enseñó a remar… ¿y no te enseñó a nadar?  ¡Podrías haberte caído al agua y ahogado! –exclamó horrorizado.

    Jo respondió con fría indiferencia:

    - No creo que eso le hubiera importado mucho.

    Dick calló. Comprendía que, para Jo, su padre era un doloroso tema a evitar. Le tendió una mano y le dijo, suavemente:

    - Yo te enseñaré.

    Jo no supo resistirse y tomó su mano, avanzando con evidente temor en el agua. Unos metros después, ésta ya le llegaba por la cintura, y cambió de opinión, aterrada. Hizo ademán de dar media vuelta, pero Dick la tenía fuertemente agarrada de la mano y no la dejó escapar. Le tendió la otra mano, diciendo:

    - No tengas miedo, yo estoy contigo y no te soltaré ni un solo momento, te lo prometo.

    Jo dudó un instante, pero hizo acopio de valor y aceptó su mano. Ahora Dick avanzaba lentamente de espaldas, teniendo agarrada a la muchacha por ambas manos.

    Pero entonces, un inesperado socavón en la arena hizo que Dick perdiera pie, y arrastrará con él bajo el agua a Jo, que lanzó un grito. El joven emergió a la superficie boqueando, con los brazos de una aterrorizada Jo en torno a su cuello, casi asfixiándole.

    Cargando con Jo, que en su histeria le entorpecía sobremanera, dio un par de brazadas hasta volver a tocar tierra bajo sus pies. Jo dejó escapar un sollozo angustiado, que le hizo sentir inmensamente culpable, pues pocas cosas había en el mundo que pudieran asustar a la valiente muchacha. Dick rodeó la cintura de Jo con sus brazos y ella se apretó contra él, temblando.

    - Eh, eh, tranquila, ya ha pasado… por favor, no llores –le consolaba y le suplicaba al mismo tiempo.

    A una decena de metros, Julián, Jorge y Ana observaban la escena, atónitos, sin tener la menor idea de lo que estaba ocurriendo. Sólo Tím permanecía ajeno a todo, chapoteando alegremente en el agua, con su larga y rosada lengua colgando entre los dientes.

    Minutos después, los cinco jóvenes y el perro se encontraban nuevamente en la arena, en un silencio sólo roto por los hipidos de Jo. Ana, tan compasiva como siempre, envolvió a Jo, que tiritaba, con su propia toalla. Julián posó una mano sobre su hombro y le miró a los ojos, con expresión interrogante. Pero Jo bajó la mirada, avergonzada.

    Dick, lleno de remordimiento, le dijo con voz ronca:

    - Oh, Jo, no pretendía asustarte, sólo quería que perdieras el miedo al agua… ¡y he conseguido todo lo contrario! Lo siento mucho… -concluyó apenado.

    Jo se secó las lágrimas y trató de sonreír. Impulsiva como era, sepultó su cabeza en el hombro de Dick y él se vio obligado, una vez más, a rodearla con sus brazos. En esta ocasión, sin embargo, se sintió incómodo, bajo la atenta mirada de sus compañeros.

    Recogieron sus bártulos y regresaron a “Villa Kirrin”. Durante el camino, Julián miraba de tanto en cuando a Jo, comprobando que la muchacha recobraba el dominio de sí misma. Entonces echó un rápido vistazo a Dick, que caminaba cabizbajo y silencioso.

    Julián recordó entonces, sobresaltado, cómo había interceptado la larga mirada que su hermano dedicaba a Jo, y se preguntó si… No, se dijo a sí mismo, era una idea absurda; y la desechó de inmediato. No obstante, por primera vez, se planteó a sí mismo otra importante cuestión: ¿era Jo una amistad adecuada para todos ellos?

Comentarios
* No se publicará la dirección de correo electrónico en el sitio web.
ESTE SITIO FUE CONSTRUIDO USANDO