A la mañana siguiente, tío Quintín anunció que partía hacia Londres. Había pasado gran parte de la noche estudiando y clasificando sus preciados documentos, que ahora se hallaban dentro de su desgastado maletín de cuero. Tal y como había prometido al inspector Wilkins, su intención era sacar aquella valiosísima y secreta información de la casa, y ponerla a buen recaudo.

    Tía Fanny, que no se había recuperado aún de la impresión, causada por los acontecimientos ocurridos en la noche, le suplicó que no abandonara “Villa Kirrin”.

    - Acompáñame a Londres si lo deseas, Fanny –le invitó su marido. Mientras hablaba, descolgaba su gabardina del perchero.

    - ¿Y dejar a los niños solos, precisamente ahora? –se escandalizó su mujer.

    - ¡Por el Amor de Dios, Fanny! ¡Julián ya es un hombre! –se exasperó tío Quintín.

    - No te preocupes por nosotros, tía Fanny –le dijo cálidamente Julián, posando una mano sobre su hombro-. Ahora la casa es más segura que nunca, con la policía patrullando alrededor. Además, Tím vale más que cien policías juntos.

    El perro ladró al oír su nombre: parecía querer corroborar la afirmación de Julián. A buen seguro, ningún malhechor se atrevería a hacerles daño estando Tím cerca. La mayor parte del tiempo era un animal adorable y juguetón, manso como un corderillo. Pero podía convertirse en un perro muy fiero si la ocasión lo requería. Más de una vez, Tím les había sacado de serios apuros gracias a sus mordiscos.  

    - Padre, te has puesto la gabardina del revés –señaló Jorge riéndose.

    Tía Fanny suspiró y ayudó a su difícil marido a despojarse de la prenda y a ponérsela de nuevo, esta vez del derecho. A pesar de ser excepcionalmente inteligente, tío Quintín era, al mismo tiempo, extremadamente olvidadizo y despistado. Su pobre mujer debía estar pendiente de él en todo momento, para que no abandonara la casa en pantuflas o mojara el tocino en el café, por poner algunos ejemplos.

    - Bueno, Fanny, decídete o perderé el tren –gruñó tío Quintín con impaciencia, consultando su reloj de bolsillo.

    - Me quedaré en casa –resolvió finalmente su esposa-. Sé que los chicos estarán perfectamente, y que no hay nada que temer, pero estaré más tranquila. Además, sé que en el fondo prefieres ir tú sólo a atender estos asuntos.

    - Bien –aceptó tío Quintín, que efectivamente se sintió aliviado-. Bueno, ¡adiós a todos! –y salió dando tal portazo, que el bodegón del vestíbulo se tambaleó en la pared.

    Un minuto después, tío Quintín regresaba y volvía a salir apresuradamente, pues había olvidado el sombrero. Y al instante siguiente era  Dick quien salía corriendo tras él, para alcanzarle antes de que el taxi arrancara, pues en esta ocasión se había dejado el famoso maletín con los documentos.

    -¡Dios bendito, qué hombre! –exclamó tía Fanny cuando, por fin, el taxi con tío Quintín dentro, aferrado fuertemente a su maletín, se perdió de vista al doblar la curva del camino.

    Ciertamente, una vez tío Quintín se hubo marchado, los cuatro jóvenes respiraron tranquilos: ahora podrían, aunque fuera sólo por unos días, hacer todo el ruido que quisieran, gastarse bromas tontas, y charlar y reír en voz alta sin temor alguno.

    Faltaban tres días para el cumpleaños de Jorge, y tía Fanny aprovechó audazmente la ausencia de su marido para llevar a cabo los preparativos de la fiesta. Como era de esperar, de todos ellos, fue Ana quien se ofreció gustosa a ayudarla.

    El día de la marcha de tío Quintín, mientras los otros salían a pescar en el bote de Jorge, Ana se quedó junto a su tía Fanny.  Ambas se dedicaron, en cuerpo y alma, a decidir los adornos, el menú de la cena de cumpleaños y la música, entre otras muchas pequeñas cosas.

    Cuando regresó, Jorge subió a su habitación con Tím pisándole felizmente los talones. Allí se encontró con Ana, que vestía un vaporoso vestido y giraba sobre sus pies descalzos frente al espejo de cuerpo entero.    

    - ¡Ana!  –exclamó Jorge con profundo disgusto-. ¿Es que no puedes dejar de pensar en esa estúpida fiesta?

    Ana la miró, dolida, y replicó indignada:

    - ¡Te recuerdo que esa fiesta es para ti! Y que estoy invirtiendo mi tiempo y esfuerzo en ella.

    - Pues ojalá no lo hicieras –bufó Jorge. Se cruzó de piernas sobre su cama y llamó a Tím, que se subió de un salto. Acarició al perro detrás de las orejas y éste sacó la lengua de puro placer-. Estoy deseando que pase de largo… Odio cumplir años –declaró con tristeza.

    Ana se conmovió y se sentó junto a su prima, diciendo:

    - Jorge, por favor, no digas eso… Piensa que disfrutaremos de una noche maravillosa, los Cinco juntos.

    Jorge se animó en el acto, a su pesar:

    - Sí, sólo nosotros Cinco… ¡como siempre!

    Ana se mordió el labio inferior, dubitativa, y por fin preguntó con delicadeza:

    - ¿Te has planteado invitar a Jo?

    - ¡Ana! –volvió a exclamar su prima, nuevamente disgustada-. ¿Invitar a Jo? ¿No es suficiente suplicio convivir bajo el mismo techo, que también he de invitarla a mi fiesta de cumpleaños? ¡Sabes perfectamente lo que pienso de Jo!

    - Lo sé –admitió Ana conciliadora, pero añadió: -Sin embargo, estará presente ese día de todos modos. ¿No crees que sería muy cortés por tu parte, invitarla como amiga?

    - ¡Al diablo con la cortesía! –gruñó Jorge de mal talante, y se cruzó de brazos con fiereza.

    Sin embargo, una vez se hubo calmado, Jorge, aunque con cierta reticencia, cedió a la presión de Ana y habló con Jo. Esta última se mostró gratamente sorprendida:

    - ¡Me encantará asistir a tu fiesta! Es muy amable por tu parte, Jorge, gracias. Aunque no tengo ningún vestido apropiado que ponerme –confesó con sencillez.

    - ¡No debes preocuparte por eso! –terció Ana alegremente-. Yo misma te dejaré uno de los míos, ¡tengo muchos! –y cogiéndola del brazo, obligó a Jo a acompañarla al piso superior.

    La mañana de su diecisiete cumpleaños, Jorge abrió los ojos y parpadeó un par de veces, en un esfuerzo por alejar el sueño. Pero antes de sentirse completamente despierta, notó su cara húmeda: era Tím, que la llenaba de lametones, felicitándola a su particular manera. De golpe, recordó qué día era y se incorporó de un salto, quedando sentada sobre la cama.

    En la cama vecina, su prima Ana, en camisón, le miraba con somnolienta sonrisa:

    - ¡Feliz cumpleaños, querida Jorge!

    Entonces… un enorme almohadón voló desde el umbral de la habitación, acertándole a Jorge en la cabeza, que profirió un grito, sobresaltada. Ana también dejó escapar una exclamación de susto.

    Dick, desde la puerta, les miraba con su acostumbrada sonrisa burlona en los labios. Aún estaba en pijama. Dijo:

    - ¡Muy feliz cumpleaños, vieja amiga!

    - ¡Como sabía que eras tú! –replicó Jorge, sonriendo radiante, demasiado feliz para enfadarse con él. Y le devolvió el almohadón con todas sus fuerzas.

    Dick se agachó esquivando el improvisado proyectil, que en esta ocasión le dio a Julián, que acababa de hacer acto de presencia, de lleno en la cara:

    -¡Auch! –exclamó.

    Julián, en batín y con el cabello revuelto, mostraba tal expresión de absoluto desconcierto, que en conjunto ofrecía una imagen hilarante. Sus hermanos y su prima se doblaban de la risa.

    Tím, mientras tanto, ladraba sin parar, excitadísimo: disfrutaba como el que más de un buen alboroto. Jorge, cuyos costados le dolían de tanto reírse, sabía que su madre, ante semejante escándalo, aparecería de un momento a otro. Pero no le importaba. Se sentía extraordinariamente feliz. Despertar el día de su cumpleaños junto a sus queridísimos primos y su amado Tím, era el mejor regalo que podía desear.

    Poco después, salían de “Villa Kirrin” camino de la playa: habían decidido darse un baño antes de desayunar. El zambullirse en el agua fría les resultó muy estimulante y no tardaron en regresar a casa, con los estómagos rugiendo de hambre. Subieron a los dormitorios para cambiarse de ropa.

    Dick fue el primero en bajar al comedor y maravillarse con el magnífico desayuno que aparecía sobre la mesa. Jo se encontraba allí, terminando de disponerlo todo, tal y como la señora le había pedido.

    - ¡Qué banquete! Digno de un rey –exclamó Dick, que no cabía en sí de gozo-. Tostadas, huevos revueltos, tocino y salchichas. Un tarro de requesón y otro de miel. Ensalada de frutas… ¡y tarta de melaza! –terminó de enumerar extasiado: le volvía loco ese postre. Añadió sin pensar: - Jo, cásate conmigo.

    A Jo se le cayó de las manos la bandeja de plata, ahora vacía, donde había transportado aquellos manjares; aterrizando contra el suelo con gran estrépito.

    La muchacha hizo amago de agacharse, para recoger la bandeja, pero Dick había sido más rápido y ahora se la tendía por encima de la mesa.

    - Gracias –musitó Jo, con el rostro completamente rojo.

    Dick también sentía sus mejillas ardiendo. Avergonzados, se rehuían la mirada. Dick abrió la boca para romper aquel incómodo silencio, cuando el ruido y las risas, procedentes de las escaleras, le anunciaron que sus compañeros se acercaban. Jo aprovechó aquella distracción para escapar a la cocina.

    Julián, Ana y Jorge, con Tím, entraron en la estancia, maravillándose a su vez:

    - ¡Vaya, menudo festín! –comentó Julián satisfecho.

    - ¡Oooh, se me hace la boca agua! –gimoteó Ana, tomando asiento.

    - ¡Qué maravilla! ¡Qué suerte sentirme tan hambrienta! –expresó Jorge por su parte. Levantó la mirada y observó a su primo Dick -.Vaya, Dick, qué colorado estás… ¿qué travesura has hecho en nuestra ausencia? –preguntó riendo.

    Julián y Ana miraron a su hermano y también se rieron: realmente, estaba muy ruborizado. El propio Dick se rió pero no sacó a Jorge de dudas, deseando que su cara recobrara pronto su color habitual.

    Tía Fanny apareció entonces y Jorge corrió a abrazarla:

    - ¡Madre! Qué desayuno tan maravilloso, ¡qué buena eres!

    Tía Fanny, emocionada, acarició los cortos rizos de Jorge y dijo con ternura:

    - Feliz cumpleaños, hija. Tu padre me prometió que hoy regresaría, y espero que cumpla su promesa.

    Se sentaron todos a la mesa y atacaron aquel excepcional desayuno. Entre bocado y bocado, conversaban en voz alta y rompían a reír de cuando en cuando. Tím, escondido bajo la mesa, recibía pedazos de comida que los cuatro chicos le ofrecían a hurtadillas, y les lamía las desnudas rodillas en agradecimiento.

    Cuando sintieron que no podían dar ni un mordisco más, se recostaron felizmente en sus asientos. De pronto, alguien golpeó la aldaba de la puerta principal.

    - Debe de ser tu padre, Jorge  –comentó tía Fanny, muy sorprendida.

    La mujer se levantó para atender la llamada de la puerta. Desde el comedor, pudieron oír el chirrido al abrirse y a continuación la voz de tío Quintín, que había regresado. Pero… ¡no había vuelto solo! Podían oír una segunda voz masculina, que les resultaba vagamente familiar, conversando con tía Fanny. Era una voz potente y jovial.

    Los cuatro jóvenes se miraron entre ellos, con curiosidad, y se levantaron al tiempo para acercarse al vestíbulo.

    Allí se encontraban, como habían supuesto, tía Fanny y tío Quintín con un tercer hombre: era grueso, alegre y hablaba con un fuerte acento americano. Vieron también a Jo asomada desde la puerta de la cocina, observando con timidez al desconocido.

    - Ha sido culpa mía, Fanny –decía en aquellos momentos el americano, tomándola gentilmente de la mano-. Yo pedí a Quintín acompañarle de regreso a Kirrin.

    - ¡Oh, no, Elbur! Estamos encantados de tenerte con nosotros –se apresuró a aclarar tía Fanny-. El problema es que Quintín, como de costumbre, ¡olvidó avisarme de que vendrías! Y no tenemos ninguna habitación libre, pues la de invitados está ocupada por los primos de Jorge…

    - No os preocupéis: mi Berta y yo cogeremos una habitación en el hotel del pueblo, y pasaremos allí la noche.

    En ese preciso instante, Jorge y sus tres primos descubrieron a una cuarta persona, que les había pasado desapercibida, oculta tras su corpulento padre. Jo, que se había acercado a ellos, también reparó en su presencia.

    - ¡Berta! –exclamó Jorge, absolutamente perpleja.

    - ¡Lesley! –gritó Dick con júbilo.

    - ¿Jane? –se asombró Jo en voz alta.

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